7 de septiembre de 2019

Conversación con Antxón Elósegui








Introducción

Convivir con los compañeros con los que haces música  es algo que acerca mucho, que ayuda a conocerse mejor, a cantar mejor, a disfrutar más, a quererse.  A ser mejor, en definitiva. La asistencia al Certamen de Tolosa en su edición número 50, en noviembre de 2018, fue una de esas actividades de convivencia que algunos amigos de Cantate Mundi quisimos compartir. ¿Objetivo? Para la mayoría, asistir al certamen por primera vez y disfrutar enormemente de una edición que prometía mucho. Prometía y no defraudó en absoluto. La ocasión del 50 aniversario del certamen bien merecía tirar la casa por la ventana, como hizo la organización, para que todo resultara único.   



Tolosa, con los amigos

Para mi era la ocasión anual del reencuentro. Reencuentro con mayúsculas. Con música y grupos de gran calidad, con repertorios e interpretaciones a veces mágicos, con paisajes que enamoran, pero sobre todo el reencuentro con grandes y muy especiales amigos. El fin de semana de los abrazos.


Entre otras cosas, en mi agenda la entrevista ya pactada de antemano con Gary Graden, pero había otra idea que también llevaba ya organizada de aquí. Tenía la necesidad de que mis amigos conocieran al creador del certamen, a una de las personas que ha hecho que hoy, Tolosa sea referencia en el mundo coral: Antxón Elósegui. Así que le propuse quedar con él para una de las entrevistas-conversaciones de El Atril, aunque a diferencia de otras conversaciones, quise plantearlo como una conversación en grupo, con mis amigos también participando.

Por supuesto, me contestó que estaría encantado, pero que él era más de charlar ante unos vinos, nada formal, así que en esa idea buscamos el hueco que finalmente encontramos al término de la sesión de mañana del sábado, en efecto en un bar frente al Leidor, el teatro donde tienen lugar las sesiones del certamen, en una mañana soleada y en la calle, en círculo con él y unas cuantas botellas de txacolí que él, generoso como pocos, se empeñaba en pagar cada vez (ya había advertido a Julio y a Raúl de ello, así que intentaron pagar alguna ronda, pero aún así, no hubo manera).

–Este año–nos decía Antxón con orgullo– el nivel de los coros es más alto que ninguno. Otros años ha habido dientes de sierra, pero habéis venido en el mejor. Si venís dentro de unos años y no lo disfrutáis tanto, no es que el nivel haya bajado: es que habréis envejecido. Bueno, todos menos ésta–, dijo, refiriéndose a nuestra joven amiga Marta Pilar, ante nuestras risas.

Así es él. Una de cal y otra de arena. Cuenta algo serio, pero no puede parar de decir chascarrillos. Sencillamente no puede. Y eso me encanta. Sus ochenta y seis años parece que rejuvenecen cada vez que cuenta alguna anécdota divertida y entonces él, y todos, nos reímos. Antxón es un personaje adorable, toda una institución.


Por sentimiento


–Cómo se te ocurre la idea, de donde sale?
–En la televisión de aquí me han hecho una entrevista (un “blablabla”, dice en realidad) y también he escrito algunas crónicas, pero siempre contesto lo mismo: “por sentimiento”. Y luego añado “y por humanismo”. Porque tú puedes ser músico, albañil, ingeniero o lo que sea, pero lo primero de todo es que has de tener sentimiento para hacer las cosas. Yo de música no sé nada. Javi Busto me ha preguntado muchas veces cómo he podido organizar todo este lío sin tener ni idea de música. Es verdad que en carnavales saco una charanga, sí, pero salgo tocando el bombo…
Pero creamos el CIT, el Centro de Iniciativas Turísticas de Tolosa. Fui el primer presidente, pero el mérito lo tiene todo el equipo. Tú puedes ser un director fenomenal, pero si no tienes buenos componentes, no te desarrollas. En un coche se necesita el motor, las ruedas, la correa de transmisión… y lo mismo pasa en las empresas y en todas partes, todos tienen su papel.



Tolosa desde el convento de Santa Klara

Organizamos todo esto en unos años muy difíciles, 1969-1970, ¿os suena el Proceso de Burgos?, pues ese era el contexto. En aquel momento tuvimos esta idea. El grupo lo capitaneaba yo, cierto, pero éramos varios, y queríamos hacer cosas por y para el pueblo, por la cultura y para la humanidad. Allá por el año setenta y tantos organizamos una final de la Vuelta Ciclista a España, cosas así, por ejemplo.
Teníamos la sensibilidad de un pueblo que ama a su pueblo, éramos un poco osados, eso es cierto, pero teníamos cierta capacidad de gestión. Para los nacionalistas éramos franquistas por ser el Centro de Iniciativas Turísticas, y eso sonaba a Franco; y para el gobierno, como hacíamos cantar en vasco, pues éramos nacionalistas, es decir, nos daban por los dos lados, y nosotros siempre decíamos, como en El Quijote: “Ladran, luego cabalgamos”. Pero teníamos mucha fe en el proyecto, en la cultura.
Empezamos a ir viajando y conociendo otros certámenes de otros países, y de ellos aprendíamos. A mi me impactó terriblemente el certamen de Gorizia, en Italia, pero no por lo musical sino por lo humano. Al término de la guerra, con el Tratado de Malta, los políticos trazan una línea y deciden que quienes están a un lado son comunistas y quienes están al otro no lo son: los que estaban a un lado y tenían una huerta en el otro, por ejemplo, precisaban un permiso especial, todo era así, era terrible. Pero lo único que estaba permitido era participar en un certamen coral como el de Gorizia.  La música unía a los pueblos. La música era el mejor vínculo de comunicación entre personas que estaban distanciadas física, psíquica y geográficamente. 
Yo no soy nacionalista, todo el mundo lo sabe, me han propuesto varios cargos políticos y siempre he dicho que no. Mi negocio profesional es la construcción y los sanitarios. Yo me ducho en pelotas, y hablo igual–, dice, entre risas–. Pero me maravillaba lo de cantar en nuestra lengua, cantar a Iparraguirre, ese fue otro gran aliciente para el certamen. 
Creíamos en el proyecto, y cuando crees, creas…
Empezamos sin dinero, sin prestigio, con la oposición municipal y el pueblo dividido. Fue más o menos a los cuatro o cinco años cuando ya se vio que íbamos llevando una misma línea. El Leidor tenía 1.400 localidades y llenábamos. Teníamos más abonados que aforo tiene ahora, pero te das cuenta de que la música engancha…

–Cristina, ven un momento. Es mi hija mayor…

Y en efecto, Cristina y su marido se unieron a nuestro grupo, nos saludamos, nos pusimos al día, intercambiamos nuestros pareceres sobre las actuaciones de las sesiones previas en el certamen y compartimos también algunas anécdotas de su padre. Le digo a Cristina que me apasiona escuchar a su padre, su filosofía de vida y ella vuelve a hablarme de su humanidad: “la música tiene el riesgo de que busques sólo la técnica y dejes de lado la humanidad”. De tal palo…
Les comenté que mi primera visita a Tolosa, seis años antes, había sido por unas palabras de Antxón, que me llegaron al alma: “Tú no puedes escribir un libro sobre Javi Busto sin conocer el certamen de Tolosa. Tienes que venir. Llámame”. Seis ediciones, en efecto, y las que quedan, porque Tolosa engancha, porque la música y su gente, como dice Antxón, enganchan.


Grande y con boina


Fue allá por el año 2012, Javi Busto y yo estábamos inmersos de lleno en el proceso de redacción del libro de su biografía, “La mirada azul”, y en ese tiempo le solicité nombres de personas importantes en su vida musical, con la idea de pedirles un pequeño escrito en el que hablaran de su relación con Javi. Antxón contestó a mi correo diciendo que él era más de hablar, de contar, que lo de escribir no era lo suyo, y me planteó vernos en alguno de sus viajes a Madrid, que por lo visto eran frecuentes. Y llegó el día, y mis nervios, porque fue la primera intervención del libro que se realizaba vis a vis. 
Javi lo describió muy bien: “Verás a uno grande, gordote, con boina y majísimo". No llevaba boina, era un día de primavera muy caluroso, pero por lo demás, supe de inmediato que era él, no por lo grande o lo “gordote”, sino por la cara de bondad y esa mirada de buena gente de la que no puede desprenderse en ningún momento. 
Llevaba yo mi lista, un cuaderno con las preguntas que quería hacerle, con una especie de guión de cuestiones que quería plantearle.

–Está bien que tú pongas la carretera, que yo luego ya iré poniendo las curvas…


Antxón, noviembre 2018

Y así fue, más curvas que carretera, pero fascinante. Pasaron las horas y yo seguía embelesaba escuchándole contar sus anécdotas, sus historias divertidas junto a otras tremendas historias que no lo eran tanto, su experiencia, su amor por la cultura, su tesón, su enorme humanidad. 
Han pasado, como digo, ocho o nueve años ya desde esta conversación, pero conservo frases enteras de ella grabadas en mi corazón. Antxón es un modelo a seguir, un referente. Por eso mi empeño en volver a hablar con él, en darle, de algún modo, un pequeño papel protagonista aunque fuera en estas páginas, porque merece la más absoluta de mis admiraciones y estaba segura de que mis compañeros también compartirían este sentimiento. 


Una de alubias


Volvemos a esa edición número 50 del Certamen de Tolosa. Alguien le pregunta:

–¿Tú cantabas en un coro?
–No, nunca.
– Canta fatal, dice su yerno– ¡No sigáis indagando por ahí!–, añade, entre risas. 
–Yo sólo tenía voz para vender periódicos, pero admiraba mucho a los coros.
–Se metió en esto–, añade su hija Cristina, bromeando–, porque tenía muchos hijos y como dábamos mucho la lata, necesitaba una excusa para salir de casa…
–Ya os lo he dicho antes: me metí en esto por sentimiento, por amor al pueblo, por querer hacer cosas y ser positivo. Por buscar las cosas que unen. Hay que encajarse en el “haber”, porque el “debe” viene solo. Ya sé que es difícil de entender, pero es que aquí hay música en todas partes.
–Antxón–, le tiro yo un poco de la lengua–, cuéntales lo que hiciste con Javi y su coro el año que participaron por primera vez con el Ederki.
–Fíjate qué gracia. Estos días le han hecho a Javi una entrevista en la televisión de aquí, le han pedido que contara alguna anécdota del certamen y justo ha contado eso.

Él me lo ha dicho, lo dice en el libro también, porque para Javi esa anécdota marcaría el inicio de una relación muy especial con este hombre. Le marcó, no me extraña que eligiera esta anécdota para contarla porque le quedó grabada en el corazón.

–Cuando Javi estudiaba Medicina en Valladolid, cantaba en el Orfeón Vallisoletano. Luego se unieron algunos estudiantes vascos que estaban allí también y vinieron aquí a cantar. Era el Coro Ederki. Participaron en el certamen y quedaron detrás del último –siempre la nota de humor, siempre–. No tenían derecho a la comida que se celebraba con los coros ganadores, así que se pusieron de camino a San Sebastián, donde tenían un concierto. Eran estudiantes, no tendrían un duro y seguro que también tenían hambre, y se marchaban. Me vino un impulso, cogí el coche, y salí a su encuentro. Les alcancé más o menos a 10-15 kilómetros de aquí. Me puse detrás de su autobús y empecé a pitarles y a hacerles señales, pero no paraban, aunque sí me miraban con cierta alarma desde la parte posterior del autobús. Entonces decidí adelantarles y ya les hice parar.
–¡Hala, a comer a Tolosa todo el mundo! Les impactó. A mi me llamaba la atención ver en los coros modestos, parroquiales, cómo algunas mujeres iban con los niños en brazos a cantar porque no tenían con quién dejarlos. Esas cosas son las que me llegan, por eso me vino el impulso de no dejar a estos pobres chicos marcharse abatidos y encima con hambre. Por humanidad. ¿Tomamos otro trago?
–La idea de la comida la trajiste de París, ¿verdad?–le pregunté.
–Tú sabes mucho…
–Y además –dijo su hija–, vas sacándole poco a poco…
–Hace ya unos años que me lo contó en Madrid.
–Tú tenías un año, Cristina, o sea que no te acordarás. En el año 62, en Carnaval, desfilábamos con una parodia de Gigantes y Cabezudos y nos dijeron que era un número muy bonito y que si nos vamos, los veintitantos que éramos de Tolosa con otros tantos de los ballets Oldarra de Biarritz a París, a un desfile. ¡Imagínate! Ir a París a un desfile. Fuimos en autobús, y teníamos todo tipo de comida y bebida. Nos alojamos en una escuela y dormimos casi en el suelo, aunque casi diría que no dormimos, que las noches de París estaban llenas de aventuras… 
Y resultó que, además, era una concentración de partidos comunistas. El director de Oldarra era comunista y nosotros no teníamos ni idea, pero allí anduvimos, desfilando. En esos días de París, la comida la hacíamos todos juntos y aunque no sabíamos mucho de idiomas, lo cierto es que la comunicación entre todos, los italianos, los de Normandía y varios países del Este, fluía, era muy bonito. Nosotros les debíamos parecer los ricos porque teníamos en el autobús comida y bebida y por una botella te daban la bandera checoslovaca o lo que fuera. Hubo una convivencia preciosa que a mi me marcó. Al llegar a la frontera, regresando ya a casa, con nuestras banderas checoslovacas y todo lo que traíamos, bueno, íbamos un poco asustados la verdad– ríe. Hay que ponerse en situación, claro…
La cuestión es que la idea de la comida me pareció sensacional. 
–Fundásteis el Eurocomunismo–, dice su yerno, sonriendo.
–Hasta nos hicieron participar en un meeting, qué sé yo. Pero todo el rato pensábamos en que íbamos a ir derechos a la cárcel cuando llegáramos aquí.
El caso, volviendo a los certámenes corales, es que en todos los que se hacían entonces, cada coro estaba alojado en un hotel, comían y desayunaban allí, alejados del resto, sin ver ninguna participación de otros coros, aislados. Por eso después de estar haciendo el tonto un rato por las calles de París, al volver planteé la idea de la comida coral, al principio como un catering, para que los distintos coros pudieran comunicarse, hablar en diferentes idiomas. El humanismo era el nexo común, aparte de la canción, claro.
–Cuando nos conocimos, Antxón, nuestra asociación Cantate Mundi no existía, surgió después. Organizamos cursos de música coral y siempre tengo en mente esta idea que he aprendido de ti, que no sólo vale cantar, sino todo lo que surge después. Por eso desayunamos, comemos juntos, ahora estamos aquí unos cuantos, compartiendo piso, conviviendo. Se hace grupo, se canta de otro modo, siempre lo decimos.
–El instrumento es la voz, sí. Pero la voz es del hombre. Bueno, y de la mujer, y es de ahí de donde hay que partir, pienso yo, de lo humano.
–Tengo curiosidad por saber en qué momento el certamen da el salto internacional.
–Básicamente cuando empezó a haber un poco de dinero. Bueno, esto empezó el primer año con coros vasconavarros y algo de Iparralde (el País Vasco-francés), el segundo y el tercero más o menos igual, pero sabemos esa frase del bardo Iparagirre “pon tu idioma, tus sentimientos y tus raíces y trasládalos al mundo”, así que vas poniendo el coche en primera, segunda… A partir del cuarto año creo que trajimos ya un par de coros alemanes, que nos parecieron sensacionales, pero comparado con los vascos eran muy diferente. Aquí se cantaba a base de chorro de voz. A partir de ese año empezaron a venir coros de casi toda España y los coros extranjeros que llevaban traían otra musicalidad, eran obras planas donde no era tan importante eso de nuestro chorro de voz. 
Pero este proceso nos trajo muchos problemas porque los coros de aquí estaban acostumbrados a eso y no aceptaban el cambio que ya se veía venir. Joaquín Pildain, un compositor de Tolosa, escribió una obra que elegimos como obligada un año, Egur Ezearen Kea, y muchos coros de aquí se dieron de baja un mes antes del certamen, precisamente por no aceptar este cambio que pensaban estábamos haciendo mal. Javier, con su coro, tiró hacia adelante, algo que siempre le agradeceré. No lo hicieron muy bien, pero echó adelante. Si un coro de estudiantes era capaz de cantar así y de introducirse en ese tipo de música, entonces es que tenía posibilidades.
Al principio está claro que no tienes ningún tipo de apoyo, especialmente de los políticos, pero cuando empiezas a ser importante se suman a la foto y en ese momento fue cuando empezamos a recibir ayudas. Hablamos con el Gobierno Vasco, los consejeros, etc. El Consejero de Cultura del PNV, que había sido seminarista y tenia mucha musicalidad, siempre me decía lo que teníamos que hacer, hasta que un día me enfadé y le dije: “Mira, Joseba, por qué no nos dejas conducir a nosotros el autobús. Tú sólo limítate a echarnos gasolina, que ya conducimos nosotros”. Los políticos tienden a que lleves su color. 
–¿Siempre ha habido obras obligadas aquí?
–Siempre, desde el primer día, por eso decían que éramos abertzales, porque hacíamos que todo el mundo cantara en euskera en 1969, imagínate.
–Y ahora, ¿en qué país del mundo no se ha cantado en euskera?
–Desde el inicio, han pasado por aquí más de 1.200 coros, y todos ellos han cantado en euskera, eso es un gran orgullo para nosotros.
El certamen puede decirse que ha pasado por dos temporadas, así a grandes rasgos. Los primeros 20 años serían la primera temporada, la época en la que yo más estuve presente. Era una época difícil, los años setenta y tantos, por el contexto político social y por nuestra precariedad económica. En esa época hacíamos todo de un modo más humano que técnico. Desde entonces, en lo que podríamos definir como la segunda etapa del certamen, Luismi Espinosa lo está haciendo todo de otro modo. Él cogió las raíces de un árbol y las regó, las cuidó con esmero para que poco a poco se fueran desarrollando hasta llegar a lo que ahora es.
–Con el Certamen has tenido que poner dinero de tu bolsillo, ¿a que sí?–. Sonríe y se toma su tiempo antes de responder. Es obvio que sí, que ha puesto, aparte de ilusiones, tiempo y trabajo, también dinero.
–¡El primer año tuvimos 300.000 pesetas de déficit! Pero no nos echamos para atrás. Con la venta de lotería, por ejemplo, conseguíamos unos ingresos que nos ayudaban a autofinanciarnos. Un año jugamos 500.000 pesetas que vendíamos en participaciones con un pequeño margen para nosotros. Eran años de mucha convulsión y en un bar le ofrecieron lotería a la mujer de un guardia civil Automáticamente se pensó que ese margen de beneficio iba para ETA. Gainza, que fue juez de paz, era quien me ayudaba con la organización de la venta, así que terminamos los dos en el cuartelillo de la Guardia Civil. Al pobre Gainza al poco le dio un infarto y murió, así que presentaron la denuncia, empezó el juicio y allí estaba yo como único inculpado. El juez pidió cuatro años de cárcel para mi y el quíntuplo de la cantidad jugada, más de 2.500.000 de pesetas. El juicio fue en Hacienda, Contrabando y Defraudación, era un tribunal económico. Todo esto sucedió en el 72, yo tenía ya a mis seis hijos, imagínate el panorama. 
Todos aquí sabían cuál era exactamente el destino de la recaudación, el alcalde y todo el mundo, y hubo un capitán de la Guardia Civil, un gallego muy inteligente, que se portó muy bien, pero como él decía: “la denuncia está metida, pero ¿quién la saca?”. Todo tenía su proceso. Así estuve dos años, dando vueltas al tema, hasta que al final fue sobreseído, se buscaron otras fórmulas. Tengo enmarcado por ahí el sobreseimiento de la causa. Bueno, ya os he dicho un montón de majaderías…
–Es historia pura.
–Conocer de primera mano el arranque del certamen–, decían mis amigos, encantados con la charla.
–Nos aportas mucho, de verdad.
–No os he hablado del circuito de esculturas de Basterretxea, Chillida, Otaiza, etc.  Se organizó con motivo de los 25 años del certamen. Se creó una comisión en la que se trató de evitar el autobombo en favor de hacer algo que deje un mensaje, algo que perdure, que quede como patrimonio. Fue bonito. Aunque de todas mis aventuras, he de reconocer que lo que más me ha gustado ha sido ser torero, bueno, becerrista. 
–Claro, es que nació en el barrio de la plaza de toros, su origen es este, que seas becerrista no es nada especial–, interviene su yerno nuevamente, sonriendo.
–Se trata de superar el miedo haciendo arte. Entonces yo tenía cintura de avispa. Ahora la tengo de obispo. Se cambia alguna letra y ya está… Los toros siempre han sido mi gran pasión. Luego un día hice otro cambio de letra y dije: “dejo los toros y paso a los coros”.
–¿Tienes alguna foto vestido de luces?
–No, sólo de campero. No llegué a ser un matador importante.
–Tiene un museo del toro–, apostilla su yerno con orgullo.
–Hace dos años, en una finca de Mérida, estuve toreando una vaquilla.
–Dijo su hijo Antxón que lo había hecho bastante mejor que él. Que seguía manteniendo la percha y la categoría.
–Bueno, ya hemos bebido bastante, ¿no? Habrá que irse a comer.
–Espera, deja que nos hagamos una foto contigo.
–Claro, y me la mandáis. Por correo, que mirad qué teléfono más viejo tengo. No tiene whatsapp ni nada, porque yo racionalizo mi tiempo: te llaman, no te llaman. Tengo ya 86 años y prefiero organizar mi vida.
–Gracias por este tiempo, Antxón, por esta conversación.
–La comunicación entre los seres humanos es fundamental, pero además siempre para debatir, no para rebatir. Aunque en mi caso, ¿cómo me vais a rebatir si no hago más que hablar yo?
–Gracias, de verdad. Me apetecía mucho vivir este momento. Eres una persona que deja huella. 

Pero con él no se puede terminar de un modo serio, así que todavía antes de despedirse definitivamente, soltó el último chiste, y tras él añadió:

–Siempre tiene uno que tener como dos brazos: uno serio y otro cómico. Pero os voy a decir una cosa, este mes no voy a llegar con la paga porque tengo que pagar las botellas de txacolí que nos hemos bebido–. Y en este momento, y en gallego, sorprendentemente, nos canta una coplilla sobre curas y taberneros–.   Voy a ir por todas partes con un cartel que ponga “subid las pensiones”… Nos hacemos una foto, ¿no?

Genio y figura. Arte. Humanidad. Sentimiento. Así es Antxón Elósegui. 


Foto con Antxón, al término de nuestra conversación

TRAS EL ATRIL


Tras ese premonitorio “tú no puedes escribir un libro sobre Javi Busto sin conocer Tolosa”, no hubo más remedio que ir, claro, como para no hacerlo. Mis compañeros de viaje de entonces y yo teníamos el tiempo muy apurado porque después de asistir a todas las sesiones del Leidor, queríamos escaparnos a Santurce a escuchar el concierto que darían allí nuestros buenos amigos del Coro de Voces Graves, que ese año participaban en Tolosa. Pero antes de salir quedamos a tomar una cerveza con Antxón, para que viera que sus palabras habían sido escuchadas y que allí estábamos, por fin, en Tolosa.
–Bueno, Antxón–, le dijimos, tras un maravilloso rato, como siempre, de conversación–, nos tenemos que ir, que vamos a Santurce al concierto de nuestros amigos.
–¿A Santuce con la que está cayendo?– Porque en ese momento llovía bastante, pero cuando emprendimos el viaje, el diluvio universal era una tormentilla de verano en comparación con el agua que jarreaba de un modo imposible de explicar–. ¿Y dónde vais a cenar?
–Ya veremos, donde nos cuadre.
–¡De eso nada! ¡Niña!–así se dirigió a la camarera que atendía las mesas en las que estábamos sentados–. Prepárales a estos unos bocadillos de jamón serrano para que se los lleven, que luego se les hace tarde y a ver dónde van a cenar.
–No te preocupes, Antxón, de verdad, muchas gracias.
Pero allí mandaba él, estaba claro que ese era su terreno porque por más que le insistimos a la camarera, al cabo de un rato teníamos ante nosotros unos bocadillos de jamón, enormes, bien envueltos en papel de aluminio. Yo no podía parar de reír, porque me acordé de la anécdota de las alubias de Javi y su coro, pero es que él era así: entrañable y buena gente.



Antxón y yo, noviembre 2013


Llovía a mares, pero cuando se quiere algo, no hay impedimentos, eso está claro. El viaje se convirtió en peligroso porque además íbamos rápido, que el concierto ya estaba empezando y queríamos llegar a tiempo. Pero el poder de la música era mucho y un disco recopilatorio de canciones de siempre de Víctor Manuel nos llevaba a mi amigo Víctor y a mi cantado a voz en grito, supongo que para asustar o quizás para congraciarnos con Tláloc, dios maya de la lluvia, por ejemplo,  y para horror de nuestros compañeros de viaje, que iban sentados en la parte posterior del coche. 
El concierto fue un cúmulo de emociones y sentimientos y a su término los amigos de Voces Graves, siempre generosos y entrañables, nos invitaron a acompañarles en la cena que habían organizado para ellos. Fue una noche muy divertida, muy especial.

Antxón y mi hija Alicia
Para cuando regresamos, ya sin prisa, a nuestro alojamiento en Tolosa, a la casa rural en el monte en la que nos quedábamos, eran ya las dos de la mañana o algo así. No llovía, pero la noche había quedado fría. Había un leve rescoldo en la chimenea, y unas mantas de lo más acogedor sobre los sillones alrededor de la lumbre de ese salón. Nos quedamos un rato charlando, viendo algunos vídeos que Víctor había grabado de actuaciones del día en el certamen. Y fue entonces cuando nos acordamos de los bocadillos. Cayeron, por supuesto que cayeron. Y nos supieron a gloria en la paz de aquel momento. Gracias una y mil veces, Antxón, no sé si alguna vez te he contado esto, pero te lo debía… 

Tras el atril también hay otro momento especial, que en esta ocasión tiene lugar una vez escrita esta entrevista y enviado su borrador al protagonista de la misma, para que le diera el visto bueno antes de su publicación.
Unos días después del envío recibo un correo de una nieta de Antxón, Nerea, quien acusa recibo de la entrevista por parte de su abuelo y me envía información y varias publicaciones sobre el homenaje que el Ayuntamiento de Tolosa dedicó a Antxón en febrero de ese año. ¡Cuánto me alegré de esta excelente noticia! Leí con avidez todo lo relativo al acto, en el que la corporación municipal tolosarra agradece a Antxón sus más de cincuenta años de entrega a la cultura. Merecidísimo. Me siento muy satisfecha de que este homenaje haya tenido lugar.
Y reparo especialmente en una frase publicada en el Diario Vasco, en una entrevista que con motivo del homenaje firmada por Juanma Goñi. Le pregunta el periodista cómo recibe el anuncio del homenaje y dice él: “No quería nada que no suscitase unanimidad. Tenía que ser algo natural, sencillo, con la participación de gente del pueblo”. Así es Antxón. 


Con mi hija Alicia, en alguna otra edición




 Agosto 2019
® Elena G. Correcher