9 de diciembre de 2019

Conversación con Xabier Sarasola



Los inicios


“Reivindico la epidermis”. Esa fue su frase. Con ella me conquistó. Es una frase con la que me he identificado cada día de mi vida, de mi vida musical. Que sí, que es matemática. Pero sin emoción no hay música. Y que la música hay que sentirla en la piel. 
Xabier Sarasola trabajaba una obra suya en un seminario al que tuve la suerte de asistir hace ya muchos años, un seminario de canto coral que supuso en mi vida un antes y un después del que he hablado muchas veces. Pero si su obra de entonces me encantó, esa frase se grabó a fuego en mi y así sigue, muchos años después. Se lo he recordado mil veces desde entonces. Al iniciar el curso que estos días hemos organizado con él y con su música en Cantate Mundi, decía: “¿cómo era esa frase que dije?”. Porque él es así, dice cosas tremendas y lo hace sin darse importancia, con esa forma de ser que tiene que no deja indiferente a nadie.

Comenzamos esta conversación, como siempre, con un pequeño guión que luego sólo sirve de soporte, porque lo bonito es que todo fluya, que el ritmo sea el que vaya surgiendo, con calma, sin prisas, sin nada establecido. Por eso me cuesta siempre encontrar el momento adecuado para una conversación en “El Atril”, porque ha de ser sin prisas, sin tiempos ni condicionantes. 

Todos, en nuestra vida, tenemos diversas facetas. En el caso de nuestros directores invitados, también. En Xabier convergen varias de ellas: su faceta de intérprete (pianista, violinista, cantor), la de compositor y la de director, aunque la que le “ocupa”, como él dice, es la docencia. Pero veremos que finalmente todo está encadenado, todo se entrelazará a lo largo de esta conversación. 

–Por partir de algo, podríamos empezar por el principio, por tus comienzos musicales.
–Mis primeros recuerdos son de mi madre cantando en casa a todas horas. En su pueblo, una barriada de caseríos en el monte, había una iglesia. Mi madre tenía ocho hermanos más, pero de los nueve, ella y una de sus hermanas pequeñas siempre estaban cantando en misa a dos voces, cantaban muy bien, lo hacían muy afinado y enseguida hacían un dúo. Mi padre en cambio nada de nada, pero a ambos les gustaba muchísimo la música. 
Recuerdo haber ido con los dos a varios conciertos del grupo Ez Dok Amairu, que formaban Mikel Laboa, Benito Lertxundi, Xabier Lete, etc., y volver a casa muy impresionado. Sitúate en los años 60-70. Luego, un tío mío en el caserío tenía una armónica y un día que me la dejó saqué de oído el principio de la marcha de San Ignacio. Mi madre decía “¡A ver éste, si sigue con la afición!”, pero nada más. Hasta que a los doce años llegó la sentencia de mi madre: “tú vas a aprender a tocar el txistu”. Yo me disgusté mucho porque no iba ninguno de mis amigos y no me apetecía mucho, pero bueno. En el colegio hicieron un coro también y el fraile me dijo “tú no”, lo tuvo clarísimo –dice Xabi, riendo–. Así que nada, me quedé con el txistu.
Algo me vería el profesor porque me dijo: “tengo mucho trabajo, hay muchos alumnos, muchas cosas que hacer, así que me vas a ayudar tú”. Y a los 15 años yo enseñaba a tocar el txistu, figúrate.
No tenía ni idea de solfeo, pero fui aprendiendo según iba enseñando. Empecé en este mundo y me enganchó. Siempre fui un buen estudiante en La Salle, pero cuando llegó el momento de ir al Instituto, aquello era la guerra, imagínate, era el año 75-76, aquí …
Cada semana había dos o tres huelgas, la Guardia Civil llegaba al instituto cada poco, y entre esa situación social y política y que me dio el bajón de los estudios, lo tuve claro: quería ser músico.
En aquella época le regalaron una guitarra a mi hermana, pero ella no se animaba nunca a ir a aprender, “ya iré a clase, ya”, pero nunca iba. Yo cogía la guitarra y sacaba algunos acordes, pero usando tres o cuatro cuerdas… Tenía tanta “jeta” que en el instituto se organizó un concierto para sacar fondos para el viaje de fin de curso y un amigo y yo decidimos participar, un concierto de canción "borroka", canción de lucha… Unas posiciones en la guitarra que ya ni me acuerdo, y al escenario. Pero el caso es que tuvimos éxito, ya ves.

Hago un paréntesis aquí para explicar que el uso de la palabra “jeta” por parte de Xabi no es casual en este momento. Nos explicó al inicio del curso que para cantar en un coro hay que tener “voz, oído y jeta”. Seguimos escuchándole…

Posteriormente se organizó aquí un festival. Participaban Antxon Valverde, Lurdes Iriondo y Xabier Lete (el autor del texto de mi "Maiteagoak"). Ellos daban el concierto y nosotros éramos sus “teloneros”. De pronto Lete me mira y me dice: “¿pero tú qué pones ahí, qué acordes son esos?”. Y avisó a otro cantante que iba con él, “mira Antxón lo que hace éste…” Todavía me pongo rojo al recordarlo.  Me inventaba los acordes, ¡qué remedio, si no sabía! Así que ahí ya sí decidí apuntarme a aprender guitarra.
Después de esto estudié solfeo, hice los cinco cursos en un año. Mi profesora de solfeo de entonces es mi pianista hoy, y también la directora de la escuela de música. Fue ella quien me dijo que haría los cinco cursos en uno. Entonces venían de Donosti a examinarnos aquí, Francisco Escudero y grandes compositores así. Saqué todo sobresaliente.
Luego me fui a la mili y allí obtuve el “título” de gaita. (risas)

Vida coral


A la vuelta dije: “soy pianista”. Mis padres eran un poco reticentes. Un piano costaba mucho y yo creo que me lo querían quitar de la cabeza, en parte con razón porque en un pueblo en el que en aquél momento no había ni coro ni banda ni escuela de música y en una familia en la que no había músicos, creo que quizás pensar en ser músico no era lo más sensato. 
Pero hete aquí que mi hermana, que entonces estudiaba Magisterio, hizo por primera vez en su vida una quiniela con dos compañeros y ganó una de catorce. Era el año 79, creo recordar. Ella, año y medio mayor que yo, había sido siempre mi defensora en el barrio cuando éramos niños. ¡Tenía a todos los chicos firmes!  Cuando tuve la idea del piano, ella dijo “yo te lo compro”. Y viendo que la cosa iba en serio, mis padres decidieron ayudarla y finalmente me lo compraron. Me dediqué de forma obsesiva a pasar horas y horas frente al piano. Me apasionaba.
Así que hice mis ocho cursos en seis. Para el sexto año ya tenía mi carrera acabada, con todas las complementarias: Armonía, Contrapunto, Música de Cámara, Historia, Estética, todo. Estudié mucho.
Luego en la propia escuela me preguntaron si me interesaría dar clases y aquí estoy.
–¿Cuándo llega el violín?
–Llega después. Cuando estaba acabando piano, vi que había muchos profesores de piano en la escuela. Quedó una plaza de violín libre y vino una violinista inglesa que sacó la plaza. Así que me animé a intentarlo. Pensé que el piano me iba a ofrecer una especie de música y el violín me ofrecería otra. Por aquel entonces yo estaba ya muy metido en el mundo de la música clásica, escuchándolo todo con ansia. El violín lo empecé con 25 años, y fue algo más lento que el piano, lo terminé con 34 ó 35 años. 

He de decir que con 26 me hice cargo del coro, de Loinatz, y eran tres ensayos por semana. Yo no tenía ni idea, y me tocó preparar las partituras, estudiar mucho para cada ensayo. 
–¿Hiciste cursos de dirección antes de empezar a dirigir el coro?
–No, después del primer ensayo, me dije “no tienes ni idea, esto no puede ser”. En la escuela, además, nadie quería dar Coral y yo me ofrecí. Los exámenes  eran en San Sebastian. Llevabas a los chicos allí, dirigías, cantaban y les evaluaban. En uno de esos exámenes, estaba en el tribunal, entre otras personas, Miguel Amantegui (ya le conocerás, seguro que Javi Busto te ha hablado de él).
–Lo conozco, sí.
–Pues Miguel me llamó tras uno de los exámenes y me dijo: “lo haces muy bien. ¿Vas a los cursos de dirección?”. Le dije que no, que era todo pura intuición y él me animó a inscribirme en los cursos de dirección que organizaba la Federación de Coros de Guipúzcoa.  Me dio un librito suyo y de Javi sobre dirección de coros amateur y me dijo que le echara un vistazo y que me apuntara a los cursos. Y así fue.

"Guía para la dirección del coro aficionado"
En los cursos, Maite Oca “me descubrió”, como siempre dice. Con ella empecé a trabajar y luego Javi me hizo un seguimiento muy cercano y exigente con el coro.
A partir de ahí, empezamos a ir a concursos, el primero el de Avilés, donde quedamos los terceros, de allí a Ejea, donde ganamos. Aquello supuso un subidón importante para todo el coro y personalmente también para mí. Y desde ahí, mucha música, he aprendido muchísimo con el coro. Mucho.
–¿En qué momento te decides a componer? ¿Cuándo sientes la chispa de la composición?
–Me recuerdo siempre –y aún hoy me pasa– con los dedos bailando, tamborileando Estoy en casa y siempre lo hago, y cuando los dedos bailan es con música: siempre es así. Si te refieres a cuándo me doy cuenta de que eso que hago se puede pasar al papel, escribirlo, pues verás: lo achaco a la vagancia, a pura vagancia.
–¿Vagancia?
–Sí, eso de tener que pensar qué hago para un concierto, a quién le pido, en qué archivo busco, qué busco… me da mucha pereza. “Pues lo escribo yo”. 
–¡Menuda vagancia!
–Sí, en serio. Soy muy perezoso para eso. Y luego es cierto que hay mucho folklore recogido en libros como el gran trabajo de Aita Donostia, así que solía utilizar esas composiciones. Al principio les ponía piano sin más, unos acordes de piano que ni siquiera llegaba a escribir y ya estaba. Pero a medida que iba teniendo más dominio del instrumento, iba haciendo cosas más interesantes, aunque sin ninguna pretensión. 

Nos habló mucho de folklore mientras trabajábamos con él. “El folklore es mi paisaje musical”. Se nota que le apasiona. Su armonización de Adios ene maitia, para coro mixto y violín era especialmente emocionante. Como lo fue descubrir de su mano, y a través de las manos de Jesús Campo al piano, que en su Stabat Mater se incluye parte de la melodía de Oinazez de Aita Donostia.

–Esto de publicar se lo debo a Enrique y a David Azurza. En algún curso en el que coincidimos me escucharon tocar y se interesaron por si tenía algo escrito. Les llevé "Lau Euskal Abesti", mis cuatro canciones vascas para dos voces y piano y les encantaron. Era la época en la que CM Ediciones se estaba creando, Enrique iba a ser el encargado de revisar la música y así empezó todo. Uno me pedía una cosa, otro otra… y así seguimos.
Pero me alegro muchísimo de una cosa: soy un francotirador de la música. Hago lo que me da la gana en cada momento. Hay personas que tienen muchos prejuicios: esto se lleva, esto no se lleva. A mi me da igual. Yo escribo lo que me gusta cuando me apetece. ¿Que le gusta a alguien más? Bien. ¿Que no? Me gusta a mi, así que al cajón. No peleo nada por mi música, de verdad te lo digo. Juan Solaguren (director de CM Ediciones) se desespera un poco conmigo: “¿por qué no llevas tu música aquí o allá?”… Siempre le digo lo mismo: “no voy a hacerlo, tú eres el editor”. Yo sólo escribo. Lo otro, sencillamente no lo veo.

La alegría como fin


–Ya me has dicho cómo llega la docencia a tu vida. Con respecto a tus alumnos, a tus clases, ¿es lo mismo trabajar con niños o con adultos? Porque al final la docencia también está presente cuando impartes cursos de canto o dirección.
–Yo a mi alrededor necesito alegría, que la gente esté a gusto. Eso es lo primero que busco, porque si no hay buen ambiente, contacto personal alrededor, nada funciona. En ese aspecto, para mi es lo mismo un niño de 6-7 años, que es con los que suelo empezar, que un adulto de 60: me hago fácilmente a todo porque disfruto tremendamente con lo que hago. 
Tengo una relación muy especial con los más pequeños, sé cómo ganármelos, pero es algo que me sale de manera natural, porque me gusta tanto… Los padres siempre me dicen eso de “está encantado” y lo que busco es eso: justo ese “encantamiento”. Soy exigente, pero de aquella manera… Sé perfectamente cuál es la situación de esos niños, que van al colegio de 8.00 a 12,30, comen en el comedor, siguen en clase y para cuando llegan a mi van ya cayendo en picado… Así que no queda más remedio que saber que esto es así y por lo tanto tienes que provocar situaciones que les gusten, que les apasionen.
Intento siempre ayudarles en su autoestima, que esté en su justa medida. Hay a quienes se la tienes que subir y a otros a quienes se la tienes que bajar: ese trabajo me apasiona, me gusta mucho, me da mucha vida. 
Y con adolescentes pasa algo parecido. Con 15 años se tienen otras problemáticas, otras reacciones. El otro día tuve una buena “charla-bronca” con Narama (coro de la Escuela de Música) haciéndoles ver la importancia que tiene el que cada coralista tire del “carro” y no vaya instalado cómodamente sobre el mismo y hoy sabía que me iban a hacer un ensayo perfecto, después de la regañina. Son 38 años en la Escuela y sabes ya cómo funcionan. Y con alumnos adultos, lo mismo. La vida es diferente con ellos. A veces ríes con ellos, pero a veces lloras; otras no te queda más que fundirte en un abrazo. 
Este es mi día a día, lo que me ocupa. Me parece que tengo muchas obligaciones para con ellos. Son muchos alumnos y les dedico mucho tiempo. Todo lo que viene después, el trabajo con los coros, los cursos, etc. es adicional. Y bienvenido sea.

En una conversación que mantuvimos frente a una cerveza el día que Xabi se marchaba, me explicaba cómo en una clase de violín y a través de las posiciones de los dedos, podía él establecer relaciones con el cuerpo, con la actitud ante la vida. “Actitud vital desafinada”, nos dijo en una ocasión. “Algunos salen de casa desafinados”. Xabi no es un profesor de música para sus alumnos: es un educador que se vale de la música para educar, en el absoluto sentido etimológico de la palabra: guiar en el conocimiento. 

–A veces me preguntan si no me canso de música, todo el día con lo mismo. Pero no, porque en la enseñanza, aunque sea musical, los parámetros son unos y cuando voy a dar un taller o un curso tengo otras motivaciones. Utilizo ambas cosas: la música y también la docencia, y como llevo algunos años, también tengo mecanismos y técnicas que no siempre funcionan de manera exacta. Esto es un intercambio: el coro tiene que estar muy receptivo para que las cosas funcionen bien. En esta ocasión, con vosotros, he de decir que me he sentido muy a gusto.

“De cada ensayo hay que salir con algo. No se puede salir de un ensayo igual que del día anterior”. Y en los cinco días que hemos compartido, desde luego no hemos salido, al menos yo no lo he hecho, igual que del anterior, eso seguro. 

–¿Y se te ha dado el caso contrario? Estar a disgusto en un curso.
–¡Claro que sí! He vivido de todo: partituras no estudiadas, personas con muy poco o ningún interés, que parecía que alguien les obligaba a estar. O estar con un coro en el que lo que tú hacías era inversamente proporcional a los resultados que obtenías: cuanto más hacías, peor sonaban. No te daré más datos del grupo, por respeto, sólo decirte que me habían avisado, que me habían insistido en que no fuera, porque se ve que la tónica de este grupo era así. Pensé que no sería para tanto, pero era, sí, era. ¡La de veces que me acuerdo de aquel curso! Aunque finalmente hicimos concierto, no vayas  a creer…
–Tengo una curiosidad. Tú diriges, pero también cantas. Para alguien que dirige, ¿es fácil ponerse bajo la batuta de otra persona? ¿Cuesta especialmente?

–A mi nada, en absoluto. También es cierto que siempre he tenido la fortuna de tener al frente de los cursos que he hecho a personas de una calidad increíble: Javi Busto, Juanjo Mena, José A. Sainz de Alfaro, “Sani”, Manu Cendoya … directores muy buenos.
Cuando estaba terminando piano pasé un verano viviendo en San Sebastián, en casa de mi hermana, porque me quedaban dos asignaturas para septiembre que no había tenido tiempo de hacer y allí me dejaron un piano para estudiar. Asistía a los ensayos del Orfeón Donostiarra, a los que entonces se podía ir libremente, y un día, estando sentado allí, Sani me dijo: “¿tú qué haces ahí? Venga, a cantar…” Y a cantar fui. Hicimos el Réquiem de Berlioz 3 ó 4 semanas después, y estuve siete años cantando allí. Los directores eran un auténtico privilegio: Víctor Pablo Pérez, Ros Marbá, Claudio Abbado, Zubin Mehta, Lorin Maazel… ¿Cantar a gusto bajo esas batutas? ¡Imagínate! 
Y luego en KEA, lo mismo, Enrique Azurza es un gran músico, un muy buen director y además un cielo de persona. Me siento muy cómodo en KEA. Así que definitivamente, no, no me cuesta nada que me dirijan. Eso sí, si el director fuera malo o mala persona, no podría. Sería incapaz de estar en un coro en el que el director no me dijera nada, lo dejaría sin duda alguna. 

Sentir la música


–En un curso de dirección, cuando tienes delante a los alumnos del curso, ¿es factible ver ya si alguien “vale” o “no vale” para ser un buen director? Supongo que no sólo se ve la parte musical de la técnica de dirección, sino otra serie de virtudes que te hacen pensar “éste al primer envite, lo va a dejar”. ¿Eso se nota?
–Sí, se ve claro, yo diría que sí. Pero no es tanto “éste lo va a dejar” como más bien “a éste lo va a dejar la propia música”. Hay personas que dirigen y que sabes que no están llegando a los músicos. Les dan indicaciones que se pueden seguir, sí, pero son incapaces de extraer el alma de los músicos, lo que decía Muti en su famoso vídeo… 
Al alma de las personas es muy complicado llegar. Musicalmente es otra cosa. Pero creo que se nota enseguida, yo lo noto enseguida. Me puedo equivocar, naturalmente, pero a veces es tan obvio que con algunas personas no hay nada que hacer…
–Siempre he tenido la sensación de que se tiene que notar, sí. Un director tiene que tener muchas cualidades y muchas cosas anejas a la pura técnica: manera de ser, capacidad de persuasión, espíritu de líder, algo de padre, algo de psicólogo, dotes de comunicación… 
–Alguna vez habrás tenido ante ti a uno de esos profesores que en la clase parece que tienen aura cuando se ponen a hablar, que tienen una conexión tan especial con sus alumnos que llega a palparse. Pues es algo así. 
A veces una persona se pone frente al grupo, hace un gesto y notas que pasa algo. Tú piensas: “hay algo”. Luego también puede suceder que su nivel musical sea bajo, o que sea una persona vaga para el trabajo, o cualquier otra circunstancia. Son muchos condicionantes los que se requieren para dirigir con fundamento. Es mucha carga. Ser el líder de un grupo es muy complejo: se necesitan actitudes musicales y humanas, de expresión, de comunicación, capacidad de trabajo, y hay mucha gente que no quiere trabajar. Ser director de un grupo estable es duro, es complicado.
El gesto es fácil, es una técnica que se aprende. Luego, a ese gesto hay que añadirle … sentir la música—. En el espacio en el que estoy poniendo puntos suspensivos, y para explicar lo que hay que añadir, hace él el gesto de coger aire intensamente, contener la respiración y una enorme sonrisa al expulsar el aire–. Si no la sientes, no puedes transmitirla. Algunos lo hacen muy bien; otros medianamente…
–Veintiseis años dirigiendo un coro, Loinatz Abesbatza, da para mucho, pero me gustaría que nos centráramos en lo mejor. ¿Con qué te quedas, por encima de todo?
–Pues me quedo con la sensación de partir de cero y llegar a donde se llegó. Esa sensación de no tener ni idea (hablo de mi) y haber ido aprendiendo y haciendo camino juntos. Ellos me han enseñado mucho, yo también les he enseñado. Me he dejado la vida con ellos.
Piensa que no había nada en el pueblo, y pasa lo mismo con la Escuela de Música, que se creó dos años antes de que yo me incorporara. Ahora hay coro, pianistas, orquesta, cuatrocientos alumnos, una escuela de música potente, un palacio antiguo en el que se realizan muchos eventos musicales, un ciclo de música… le hemos dado mucha vida a esto. Y con el coro lo mismo, ha habido mucha gente que ha aprendido allí a cantar, hemos hecho muchísimo repertorio: sinfónico, con orquesta, órgano, piano a capella, hemos participado en once concursos, hemos ganado premios en casi todos. 
Luego hay sinsabores siempre, claro, pero nunca he querido darles importancia. 
En cualquier caso, lo bueno superó con mucho lo malo. Digamos que un noventa y nueve por ciento fue bueno y sólo un uno por ciento malo, así que mereció la pena. 

Le cuento que, aunque no lo viví directamente, tengo un recuerdo muy bonito de las semanas previas al 25 aniversario del coro Loinatz, el coro que dirigía Xabi, allá por 2011 el momento en el que Xabi decidió dejar la dirección del coro. Hicieron un concierto muy especial, el Requiem de Fauré, y estrenaron además el Credo Loinatz, compuesto por Javi Busto para su amigo Xabier Sarasola. “Le tengo engañado–, me decía Javi con un punto de malicia–. Él cree que lo que estoy componiendo para él es sobre un poema de Neruda,  no sabe que es una obra religiosa pero muy especial: es un Credo, el primero que escribo, con partes de violín intercaladas entre los números, y esas pequeñas partes de violín están todas extraídas de obras de Xabi. Es un homenaje hacia él y hacia el instrumento del que es profesor. Creo que le gustará”. Y le gustó. Le gustó porque Javi, emocionado, me leyó después las palabras de agradecimiento que Xabi le había escrito, también emocionado, a cual más. Se siente un cariño tremendo entre estos dos grandes, un cariño que asoma en cualquier momento, en todas las circunstancias.

–¿Sabes que cantaron los dos en aquel concierto? 

No sé si se refiere a Javi y Maruchi o Javi  y Josu Elberdin. Tanto monta. La foto que se hicieron los tres, Xabi, Javi y Josu, me la envió Javi para incluirla en el libro de su biografía. Le gustaba mucho. Y a mi.  


Javi Busto, Xabi Sarasola y Josu Elberdin


–Estaba tan contento. Hicimos un Requiem precioso, el coro en ese momento estaba muy bien. Luego ya hubo embarazos, bajas, cambios… Ya sabes que un cambio en la dirección de un coro implica siempre movimiento de coralistas. 
–Seguimos. Estuvísteis en Roma con el coro, en la Basílica de San Pedro. Tú has dicho que no eres especialmente religioso, pero ¿qué sentiste allí, en aquel momento, en aquel lugar?
–Ahora sí que te vas a reír– me dice–. No sabes lo que nos pasó. A ese viaje iba todo el coro y acompañantes. Nosotros, Arantxa y yo, íbamos con las dos niñas, que eran pequeñas. Me quise asegurar de que no habría problemas en el viaje, y como las niñas aún no tenían DNI, fui al Juzgado y me dijeron que si iban con nosotros no necesitaban pasaporte. En la CEE no pasaba nada si los niños viajaban con los padres. Pues tan contentos, nos fuimos a Santander a coger el avión, un vuelo con Ryanair. Cuando quisimos embarcar, nos dijeron que era política de la compañía que ningún menor podía viajar sin pasaporte, pese a lo que era realmente exigible, así que todo el coro voló a Roma y nosotros cuatro nos quedamos allí. La policía nos decía que por su parte estaba todo bien y que era la compañía quien ponía esas normas. Esto era un sábado por la tarde y nos dijeron en la Policía que el único sitio donde podríamos hacerles pasaporte en domingo era en Madrid. 
Junto con el coro, de acompañante iba una concejala del Ayuntamiento. Ella, conocedora de la situación, llamó a la Juez de Paz de Beasain que se fue al Juzgado, se ocupó de pedir todos los documentos que hacían falta, partidas de nacimiento y demás, y llevarlos personalmente a la Ertzaintza. De la Ertzaintza, a la comisaría de Policía del Aeropuerto de Barajas, en Madrid. Y nosotros tuvimos que coger un vuelo a Madrid porque era la única posibilidad de hacerles el pasaporte. 
Volamos a Roma en Business, pagando un dineral. Cuando llegamos, ya habían cantado en la Misa Mayor, en la Basílica de San Pedro, ¿cómo lo ves? Dios dijo: “tú no vas a dirigir allí, por ateo”–, dice, entre risas que comparto con él.
Algunos del coro fueron al aeropuerto en una furgoneta y nos recibieron con pancartas. Nos llevaron al restaurante en el que estaban todos comiendo (ahí sí llegamos…) Por la tarde hicimos otro concierto en la iglesia de San Ignacio, ese sí lo dirigí yo. El otro lo dirigió una chica del coro, que debió ser la única que se atrevió. Menuda aventura.
Luego, para resarcirnos, nos quedamos una semana entera en Roma. Si les preguntas a mi mujer y a mis hijas, te dirán que no dejamos una sola iglesia sin visitar en toda la ciudad de Roma. Los de Ryanair, por cierto, uno o dos años después, tuvieron problemas con esto que te he contado. Alguien los llevó a juicio y perdieron, tuvieron que indemnizar y todo. Si lo llego a saber… Se portaron fatal, la verdad.

Obligación de músico


–KEA. ¿Tenéis ensayos fijos o cuando surgen proyectos sobre los que trabajar? 
–Mucho de lo que hacemos es por proyectos. Ahora tenemos un concierto en Bilbao en la sociedad Filarmónica. Es un concierto variado. Hemos hecho dos semanas seguidas y ahora tendremos dos libres para tener ensayo de nuevo las dos semanas anteriores al concierto. En enero tenemos grabación, en febrero otra y en marzo concierto con una obra de Luis de Pablo que dura una hora y es para un ciclo de música contemporánea del BBVA. Hay veces que estamos dos meses sin ensayar y otras que ensayamos todas las semanas.
–¿Qué te aporta cantar en KEA?
–Me aporta muchísimo. El grupo humano es excelente, llevamos muchos años compartiendo experiencias. Y además es gente de mucho nivel, no sabes cómo cantan. El tipo de música que hacemos en KEA, música contemporánea,  es una opción que no tengo en otras partes. Me da una visión diferente de la música. Te hace estar en contacto con lo que se está haciendo hoy, con la vanguardia, y eso me parece muy interesante. 
Además, creo que es una obligación de los músicos hacer un esfuerzo por dar a conocer que hay personas que siempre van dando pasos hacia adelante. Yo no soy de esos, tengo un estilo más o menos clásico en el que me siento muy cómodo. Es un estilo de música decimonónico, por definirlo de algún modo. Considero que este tipo de lenguaje sigue gustando a la gente. A mi me gusta, pero lo mejor de la música es que es tan amplia que hay sitio para todos. Yo no soy nada excluyente en este sentido: me gusta el renacimiento, el barroco, el romanticismo, el siglo XX y todo. Piensa que cuando digo que cantamos música contemporánea, hay algunas obras que tienen 100 años. He estudiado este tipo de música y me gusta cantarla, así que no lo dejaré. 
–En la conversación que mantuve hace unos meses con Gary Graden decía algo parecido: que es obligación de los músicos dar a conocer lo que se hace entre sus contemporáneos.
–Claro. En un noventa y nueve por ciento, el mundo de los coros es amateur. Este tipo de música no es común y tampoco es fácil que la pueda hacer un grupo amateur. Hay que tener mucho nivel técnico y por ello siento que de algún modo es obligación nuestra.

Un año más, en noviembre de este año visitamos Tolosa para asistir a la edición número 51 de su Certamen Coral. El grupo de amigos crece, y eso me encanta. Quien lo conoce, repite. Pasar esos días allí es una cita obligada. En esta ocasión éramos 10 y fue muy especial haber tenido apenas unas semanas antes nuestra primera parte del curso con Xabi en Madrid y saber que un par de semanas después volveríamos a coincidir. Estar en Tolosa con él para todos nosotros le proporcionó al curso una calidez y una cercanía muy especiales. 

Noviembre 2019, en Tolosa


–Lo hablábamos hace unos días, cuando te pregunté qué se siente cuando una obra tuya es obligada en un concurso como Tolosa, por ejemplo.
–Ya te comenté: la primera vez, un subidón, un chute de energía, pero a medida que la obra iba sonando, notaba cómo si me fuera encogiendo poco a poco, con muchos temores. Ahora ya me he acostumbrado, han sido bastantes obras mías las obligadas y todavía no puedo evitar tener esa sensación de pensar si mi obra será la adecuada para el concurso, etc. Pero en general el sentimiento es de una gran alegría al saber que alguien se fija en algo que tú has escrito.
–Hay algo que me pasa siempre: la obra obligada se canta cinco o seis veces y entre ellas, de pronto escuchas una y dices: “¿qué ha pasado aquí?”. De algún modo y quizás por intuición, sé que hay más emoción en una interpretación que en otra, que es correcta pero carente de ¿alma quizás?
–Alma, sí. Y cerebro en ocasiones. Algunas veces sientes que no han entendido nada de lo que has escrito. Si en tu partitura pone que la corchea es a 91 y alguien la hace a 170, alma puede poner, claro, pero como no echen el freno pues no van bien…
–Y si ves que sí lo han entendido, ¿qué sientes?
–En la edición de este año, por ejemplo, la versión que hizo el coro indonesio, Batavia Madrigal Singers, de mi Neguan Orbela, fue impresionante. Te das cuenta de que su director, Avip Priatna, ha comprendido todo, de arriba abajo. ¿Y por qué unos sí y otros no? Pues porque a la hora de interpretar música, el director tiene que ser músico, además de persona cabal. Hay que entender la obra que se tiene delante, saber lo que quiere decir. Hay muchos directores que no son músicos, que no entienden la música: saben dar entradas, seguir el ritmo, pero eso no es suficiente.




–Me surge otra pregunta, otro tema del que también hemos hablado en el curso. Sin ser religioso, escribes obras con una enorme profundidad religiosa, con mucho sentimiento y eso no tiene que ser fácil. ¿En qué punto te colocas para escribir así?
–Nosotros somos de cultura cristiana y eso es lo que hemos aprendido. Yo no tengo una necesidad existencial de tener un dios, sin embargo; pero los textos los entiendo muy bien y la historia la siento y la conozco y por lo tanto no me cuesta nada meterme en ella. Pero si tuviera delante textos budistas y viera que son historias bien contadas, me valdrían también seguramente como inspiración. Los textos religiosos han sido pulidos durante 2000 años y tienen muchísimas imágenes, por lo que se me hace fácil componer sobre ellos.
–Seas o no religioso, un texto como el del Stabat Mater que hemos trabajado en estos días, a nada que te pares a analizarlo un poco y te dejes llevar por la música, si no te conmueve es que eres de piedra.
–Por eso. El texto siempre manda y la música va en función del texto.
Antes de las religiones también existía la humanidad, adoraban a elementos de la naturaleza, por ejemplo. La Misa que he compuesto para KEA por su 25 aniversario tiene, entre cada número, hasta un total de cinco fragmentos intercalados compuestos pensando en elementos de la naturaleza, el árbol como nexo de unión entre la tierra y el cielo, del humo (KEA significa humo) blanco, del negro, su significado, de la hojarasca, de la de la primavera y del verano, del ciclo de la vida… Añadí esos textos a la espiritualidad de los textos religiosos y creo que el resultado funciona muy bien. Cada cual querrá creer en lo que haga que se sienta más cómodo. Es una imagen que me parece muy atractiva.
–Sacro, folklore, música tradicional castellana… ¿qué traje te colocas en cada momento cuando escribes?
–Es el texto mismo el que te empuja y hace que surjan diferentes estilos compositivos. El texto te lleva directamente a la música, a una manera de escribir. Muy pocas veces he empezado por la música, siempre el texto. Y siempre que me guste, que si no, nada. Ha habido veces que me han dado un texto para escribir algo y si no me convence, no hay forma. Me cuesta que salga algo interesante. 
Yo en la escuela no he estudiado nada en euskera, nunca he tenido esa oportunidad. Pero mi lengua materna es el euskera, es la que hemos hablado siempre en casa, la que luego hablo con los amigos y la práctica totalidad de mi vida diaria transcurre en euskera. Es normal que los textos que más me lleguen sean en euskera y luego, por facilidad, en castellano.
–En tu caso, ¿te sientes más cómodo escribiendo música a capella o con acompañamiento musical?
–Bueno, según para qué. El acompañamiento de piano te da muchas oportunidades de hacer cosas distintas, por ejemplo transiciones que para mí son mucho más difíciles de hacer con sólo coros. El piano me gusta mucho, me da muchas soluciones para determinados momentos musicales. Pero me gusta escribir de las dos formas.
–Me pregunto si hay diferencias cuando impartes un curso o taller con tu música o la de otro en tu forma de trabajar, por ejemplo. 
–Si conozco al coro, propongo yo las obras para trabajar pero si no  lo conozco, me gusta dejarme aconsejar porque nunca sabes cómo acertar. Me ha pasado de todo en este sentido. Te proponen un par de obras y con arreglo a ese nivel, tú propones otras, y un desastre… Es seguramente la parte más complicada de los cursos, porque nunca sabes cómo va a funcionar.
–Pues entonces en nuestro caso ni te cuento, porque cuando hay un coro más o menos sabes quiénes lo forman, pero en Cantate Mundi es ir a ciegas, porque no sabes a priori, ni tú ni nosotros, quién se va a inscribir…
–En un caso como este, más complicado todavía. Tenía mis dudas, pero ha funcionado muy bien.
—Pero el planteamiento de tu trabajo, tu forma de trabajar en el curso ¿es la misma si son obras compuestas por ti que si no lo son?
–No sé qué decirte. Mis obras me las sé –ríe– y las otras me las tengo que estudiar. Pero casi me gusta más trabajar las de otros. Las mías suelen ser partos difíciles, me suele costar escribir, así que encima de eso, tener que ponerme delante del grupo a decir a todos: “esto es así o así”, me resulta difícil, prefiero que lo hagan otros. 
–Pues yo estoy encantada de que nuestro curso haya tenido exclusivamente música tuya.
–Pero es que soy muy bueno… Con toda mi humildad.

Nos reímos mucho. Él, que es una persona especialmente humilde, sin ningún tipo de pretensiones, resulta muy gracioso cuando hace el papel de “divo”. Nos contaba en el curso cómo precisamente esa virtud, la humildad, había de ser una de las primeras que guiara la vida de un director. Y cómo hay muchos que por desgracia no lo son. “A esos –nos decía– ( yo lo hago cuando tengo el ego subido), les aconsejo tocar cinco o seis compases de cualquier “cosita” de Bach. Sin más. Si eso no les hace bajar al suelo…”

–Algo que quieras comentar o mejorar de este curso que acabamos de terminar.
–Sobre todo me gustaría agradecer el trabajo personal que ha hecho la gente. Lo comenté allí también y luego lo he escrito en las palabras que he enviado a los inscritos, pero es que es verdad que lo valoro mucho. Había mucho material, y mi música no es fácil, además obras en euskera, ritmos diversos… había que asimilar todo. El concierto ha durado una hora y montar eso con calidad en dos fines de semana ha sido muy intenso. 

Concierto "Sólo Sarasola", de Cantate Mundi, noviembre 2019


Luego también destaco la buena disposición de la gente, la receptividad, todos muy atentos, muy dispuestos a cualquier cosa. Eso se agradece mucho también. Sentí el contacto con el grupo en seguida. He estado muy a gusto. Y además he tenido una buena anfitriona, y ya no te cuento nada lo de la perrita…
–Hoy estaba eléctrica, menudo día!
–Me echaba de menos, jajaja
–Te dejo un espacio para algo que quieras tú añadir, lo que se te ocurra.
–Nunca lo digo y siempre me quedo con ganas, así que aprovecho ahora para dar las gracias a mi mujer. Vamos a hacer 25 años juntos y me ha tenido que aguantar mucho en estos años. El hecho de que ella cante, que hayamos cantado los dos en el Orfeón y en Loinatz me ha facilitado mucho las cosas. Además es muy crítica con mi música. Cuando escucha algo y pone cara rara, normalmente no suele andar muy lejos… Date por jodido.

Tras El Atril


Y como es tradición, Tras El Atril es un espacio más personal, más mío. Con Xabi tengo muchos momentos compartidos y vividos, muchas situaciones entrañables y especiales, pero quiero quedarme con dos. 

La primera, en mi primer Tolosa, allá por 2013. Unos meses antes, había recibido la llamada telefónica de Moira Ceberio, a través de Josu Elberdin, que quiso ponernos en contacto. De Moira surgió la idea de hacer a Javi Busto un homenaje el año siguiente, cuando cumpliera los 65 años, y para ello volvería a juntarse el coro que con él grabó el disco Hondarribia Ametsetan, muchos años antes. Para la ocasión, los compositores y amigos del maestro, Xabier Sarasola, Eva Ugalde, Junkal Guerrero y el propio Josu Elberdin compondrían una obra dedicada a Javi. Una idea maravillosa. Y sabedora Moira por Josu de que yo estaba también escribiendo la biografía de Javi, quiso saber si habría alguna posibilidad de que el concierto homenaje y la publicación del libro coincidieran en el tiempo, algo que convinimos ambas en que sería una gran suerte. Así fue luego. 
Conocía a Xabi de un par de ocasiones en las que coincidimos en Madrid, conocía bastante a Josu, con quien tenía y tengo una entrañable amistad, pero fue en aquella edición de Tolosa cuando conocí personalmente a Junkal y a Eva, con quienes sí había intercambiado algún correo precisamente para el libro de Javi.
Entre sesión y sesión del certamen, estaba con mis compañeros de viaje de aquel año tomando un café en la barra del Hotel Oria, en cuya terraza acristalada, sentados también ante un café, vi en ese momento a todos los compositores, junto con otras personas. Al reconocerles, les comenté a mis compañeros cuánto talento coral, si puede llamarse así, había alrededor de aquella mesa y fue en ese momento cuando uno de ellos me dijo: “pues parece que te están haciendo señas y te están llamando”. Sin dudarlo, pensé que se equivocaba, pero tras cerciorarme de que detrás de mi no había nadie y que los gestos que en ese momento hacía Xabi Sarasola (era él) iban dirigidos a mi, me acerqué con enorme curiosidad y también con mucho pudor. Me invitaron a sentarme a la mesa y me explicaron que estaban allí reunidos para tratar asuntos del homenaje a Javi, que era una reunión organizativa y en ella estaban zanjando una serie de asuntos, entre los que se encontraba la difusión del proyecto, para lo que todos coincidieron en que necesitarían un dossier de presentación en el que se justificara el por qué de la idea y cómo se iba a realizar.  Fue ahí cuando Xabi parece ser que les dijo a los demás que quizás yo sería la persona más adecuada para poder redactar ese documento, al ser en ese momento quien más información tenía sobre Javi y todo lo que a su alrededor giraba y por tener (perdón por la inmodestia) ciertas dotes para la escritura. 
Me pareció una enorme responsabilidad pero estaba feliz de que hubieran pensado en mi, absolutamente feliz. Y de ahí salieron ideas, muchas, hasta títulos: “La mirada azul” - “Begirada Urdina”. Ahí surgió la idea de que la presentación del libro, que en primer lugar iba a llevarse a cabo en el Ayuntamiento de Hondarribia el mismo día del concierto homenaje, finalmente tuviera lugar en el sitio que más ilusión pudo hacerme del mundo, en el Topic, en el Centro de Iniciativas Turísticas de Tolosa, como parte de las actividades de la edición del Certamen de aquel año 2014, 365 días después de aquella reunión. 
Ahí, en aquella terraza y a instancias de Xabi, no pude ser más feliz. Nunca podría dejar de agradecerle esa llamada suya. Ni a Josu que fue quien me puso en contacto con Moira. Ni a la vida, por poner en mi camino a Javi Busto y a estas personas increíbles que son un regalo. 

Josu Elberdin, Xabi Sarasola, Junkal Guerrero, Javi Busto y Eva Ugalde, junto al libro "La mirada azul"


Tras el atril, y con unos cuantos años de diferencia, me quedo ahora con los días compartidos en este curso. Hemos compartido dos fines de semana de trabajo, pero también de desayunos y cenas en familia, paseos por la Navidad de Madrid, mesones, luces y mercadillos navideños, pero sobre todo muchas conversaciones, ante una copa de vino y un trozo de Idiazábal, una taza de café con leche o una botella de agua. Nos hemos reído mucho y nos hemos contado muchas historias. Yo le decía, entre risas: “no sigas contando, espera, que esto va para El Atril”. Porque no para de contar cosas, es un perfecto “contador de historias”, por ello es un compositor excelente. En estos días se ha hecho con mi familia y hasta con mi perrita, al principio siempre un poco reticente con las visitas (la perra, no mi familia, que siempre acoge con los brazos abiertos). 


Madrid, Navidad 2019

Xabi y yo


En definitiva, momentos entrañables con una persona absolutamente entrañable. Momentos únicos con un músico también único. Y un enorme aprendizaje de una persona que enseña incluso cuando es, cuando está. 
Cierro el texto como empezó, con una de sus frases. Xabier Sarasola, maestro, gracias: “la música sale por los ojos”. 







Madrid, diciembre 2019.
Elena González Correcher ®
Fotos: J. Busto, X. Sarasola, Cantate Mundi y E. González
Imágenes de vídeo propiedad del Certamen de Tolosa, Ed. 51.







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