En esencia
– Aparte de tu relación con el Coro Nacional de España, durante los años en el extranjero has dirigido y cantado en varios coros, entre ellos el Arnold Schoenberg Choir, de Viena, un coro con una gran relación con Nikolas Harnoncourt y que ha sido dirigido por directores como Abbado, Mutti o Maazel. También en Madrid has tenido oportunidad de trabajar con otro tipo de coros amateur como la E.C.A. y, donde muchos tuvimos la enorme fortuna de conocerte, y de hecho ahora lo estás haciendo también con nosotros en Cantate Mundi. ¿Qué te sugiere esa famosa dicotomía mundo profesional / mundo amateur? ¿Cómo defines la profesionalidad dentro del mundo de la música?
– Me sugiere “incomodidad” a la hora de definirlo, porque yo trabajo en un coro profesional, pero también me he movido mucho dentro del mundo amateur. He trabajado en Hungría, por ejemplo, con coros amateur que ofrecen un resultado profesional y tengo que decir que, en este aspecto, hay que ser salomónico: hay que entender la posición de ambas partes porque no es una cuestión fácil. Aunque a mi me gusta borrar fronteras, es cierto que hay una línea que es evidente: los auditorios y salas de conciertos tienen que tener una orquesta y un coro que forzosamente ha de ser profesional. A día de hoy, me cuesta definir exactamente qué es ser “profesional”, pero creo que hay que atender a tres factores. Uno es la calidad del resultado, es decir, una agrupación se considera profesional porque ofrece un resultado de una calidad superior, profesional. El segundo factor que entra en juego para definir la profesionalidad es la formación: una agrupación se considera profesional porque los miembros que la conforman tienen una titulación profesional y por ello, al ser titulados, especialistas, ofrecen una calidad mayor. Y un tercer factor, que es que la profesionalidad se traduzca en una remuneración económica: hablamos de profesionales que viven de su trabajo. Si sólo se juzga por la calidad del resultado, es posible encontrarse con muchos coros que hoy en día, aunque no están en el circuito de coros profesionales, ofrecen un resultado altísimo, y al final todo es un terreno difícil. Hay que respetar absolutamente y reconocer las instituciones orquestales y corales estrictamente “profesionales”, donde sus interpretes son titulados, son especialistas y ofrecen un resultado profesional, pero no hay que desatender el mal llamado “mundo amateur”. Para mí emocionalmente es un terreno muy bonito que ofrece otras cosas muy interesantes. Es otra manera de concebir el trabajo, pero a fin de cuentas se trata de lo mismo: crear algo bonito, transmitir emociones, aunque con diferentes ingredientes.
– ¿La forma de trabajar, el planteamiento de una obra, de un ensayo, es muy distinto con según qué tipo de coro?
– Evidentemente es distinto, sí, por lo que te decía, porque con un coro en el que todos sus miembros son profesionales y tienen una formación, hay cosas que no tengo que explicar: si pido por ejemplo, “este sonido está muy abierto… hagámoslo más redondo”, no tengo que decir nada más porque ellos hacen click y cambian su sonido sobre la marcha. La profesionalidad de los cantantes te facilita el trabajo. El cambio más importante radica justo en esto, en que a medida que hay menor formación, tú tienes que tener más herramientas para explicar cómo obtener el resultado que quieres, pero la cuestión es tener también “gracia” para hacerlo, para saber pedirles las cosas, para llevarlos a tu terreno… eso lo he descubierto con los años. Hay que saber tratar a todo el mundo, pero a los miembros de una formación amateur no puedes tratarlos como a niños pequeños: el director tiene un gran papel para buscar resultados, para hacer que todo el mundo se sienta bien… Pero son dos ritmos de trabajo diferentes, por supuesto.
– ¿Qué sobra o qué falta en la música española, en comparación con otros países europeos? ¿Cuáles son nuestros principales problemas?
– Una pregunta muy profunda que puede dar lugar para una entrevista entera. Lo difícil es extraer alguna pincelada. Hay muchos matices, pero te diría que lo que sobran son, tal vez, ciertos complejos. Lo entendí cuando estuve estudiando fuera: viajar es algo maravilloso porque aprendes muchas cosas nuevas, pero también aprendes a valorar lo que tienes aquí. Cuando me fui, yo tenía ese complejo: “músico españolito, cualquiera es mejor que yo”, parece que todo lo que tiene nombre extranjero suena mejor y es de mayor calidad. Y luego te das cuenta de que no: los estudiantes españoles éramos los más puntuales, los que mejores notas sacábamos, los que más estudiábamos. He de decir que en aquellos años me encontré con músicos españoles con un talento increíble fuera de España. Sí, creo que a los músicos españoles en general, nos sobran complejos. Nos sobran también ciertas posiciones: un poco de orgullo, de arrogancia mal entendida, cosas que generan rencillas absurdas, cuando en verdad el mundo coral es tan bonito. Falta, sobre todo, una gran inversión en cultura. Es un problema actual, pero que existe desde hace mucho tiempo. Los países de Centro Europa han sido musicalmente brillantes en la transición del siglo XIX al XX, y en la actualidad cuidan e invierten en su cultura. España tuvo su culmen musical mucho antes, siglos atrás, pero nuestro siglo XIX fue decadente, y “de aquellos polvos estos lodos”, ya sabes. Seguimos teniendo una carencia muy importante en educación, aunque ha mejorado mucho, también tengo que decirlo. A veces me sorprendo cuando veo en la actualidad a algunos estudiantes con niveles que impresionan. Recuerdo que cuando íbamos con cualquier coro al extranjero, siempre escuchabas eso de “caramba, qué voces los españoles”, porque hay algo, nuestro color de voz, que es muy interesante y que resulta muy distinto con respecto a voces de otros países.
Por resumir: sobran complejos, sobran tensiones y falta una educación musical potente, una educación en la que la música esté por fin en las universidades y donde deje de ser un hobby y un mero entretenimiento. Hay que ser positivos, aunque dudo mucho que tú y yo lo vayamos a ver.
– ¿Echas de menos cantar?
– Sí, mucho. Estoy dirigiendo y estoy cantando por debajo…
– ¿Cómo surge tu grupo The Labyrinth of Voices?
– Surge por inquietud, por ganas de hacer algo diferente, fresco y de hacerlo bien hecho, por cansancio ante ciertas actitudes que se repiten siempre. Pero digamos que “estoy en ello”, no es algo asentado del todo, sino un experimento en el que aún estoy probando cosas, algo a lo que me gustaría dedicar más tiempo, y espero poder hacerlo en un futuro cercano. El Laberinto es algo muy personal, me lo paso bien sobre todo, pero está “en construcción”.
– ¿Ahí cantas?
– Bueno…¡según la necesidad! Empecé sólo dirigiendo, pero al final me animé a cantar con ellos, y lo hago encantado. Te hace sentir la música más desde dentro. En la música antigua la “dirección” en sí, la figura de director no es tan fundamental, al tratarse normalmente de grupos más reducidos, lo que te permite la posibilidad de tomar parte más activa en el grupo. En The Labyrinth of Voices lo paso bien, esa es la meta, es una vía de escape: poder entrar en un mundo que me apasiona, el de la música antigua, un campo en el que tengo la sensación de no haber experimentado todavía todo lo que me habría gustado, porque mi formación ha ido por otro lado.
– No es tan conocida como debiera tu labor de investigación en el mundo de la música. Háblanos de esa faceta tuya de investigador, de musicólogo. Merece la pena parar un momento para hablar sobre Petrus Fernández Buch.
– La investigación musical siempre me ha atraído mucho, pero desde un infinito respeto. Hoy en día, un investigador en España, y más un investigador musical, un musicólogo, para mi es un héroe: lo tiene todo en contra. Que alguien se dedique profesionalmente a eso es muy respetable, pero mi labor dentro de la investigación musical digamos que es más de andar por casa. Empecé mis estudios de Musicología en Valencia pero los tuve que aparcar cuando me marché fuera; sin embargo, siempre me ha quedado ese gusanillo de buscar cosas nuevas.
Petrus Fernández Buch, un polifonista español bastante desconocido del s. XVII, me llega a las manos como un regalo de la vida, algo hermoso que no esperas. En aquel momento, en 2013, yo estaba estudiando e interesándome por otro tema, algo que no tenía nada que ver, sobre los organistas de la Colegiata de Pastrana (Guadalajara), y al leer información de otros investigadores sobre el tema, descubro al figura de este compositor, Buch, y tengo la sensación de que hay algo importante sobre la mesa a lo que nadie parece haber prestado demasiada atención. Cosas de la vida, resulta que Pastrana está al lado del pueblo de mis padres, así que un día me acerco con idea de preguntar si podía indagar, inocentemente, sin más. Yo fui el primer sorprendido, al descubrir una música increíble, un polifonista magnífico del que hasta ese momento sólo había referencias biográficas y que encajaba como anillo al dedo en la idea de un proyecto para nuestro grupo del Laberinto. A día de hoy hemos seguido investigando a este compositor: el año pasado reconstruimos un oficio de difuntos en torno a la Casa de Éboli. Son proyectos muy intensos, muy bonitos. Es increíble cuando de pronto vuelves a hacer sonar músicas que estaban dormidas durante siglos. Hemos tenido que acudir hasta los archivos de la catedral de Zaragoza para poder completar la música que había en la colegiata de Pastrana. El tema me apasiona. Siempre trato de hacerlo con sumo respeto hacia los profesionales que verdaderamente se dedican a la investigación, pero mis proyectos suelen ser apuestas personales, independientes, no vinculadas a ninguna institución. No busco ningún reconocimiento académico ni nada parecido. Creo que el arte es algo que está ahí y los que nos dedicamos a esto tenemos un compromiso diario. Los músicos españoles deberíamos estar un poco más implicados y procurar rescatar todo lo que es nuestro, porque esto en Alemania, por ejemplo, se trataría de una forma muy diferente.
– Dirigir, cantar, investigar… ¿Qué te aporta cada una de estas facetas de tu vida profesional?
– Bueno, pues no sabría decirte. Como músico siempre he tenido claro que cuanto más pudiera saber, mejor. Tengo ahora 43 años y aún me gustaría comenzar a estudiar cosas nuevas, coger una viola da gamba, por ejemplo, y aprender a tocarla… pero las limitaciones de tiempo son crueles. Lo que te decía de tener ilusión. Es como tener ante ti una serie de estanques que se van llenando poco a poco. He estudiado piano, composición, dirección, pero yo creo que siempre se tiene hambre por saber más. Necesitas cinco vidas.
– ¿Dónde es Miguel Angel más él mismo?
– Trato de ser yo mismo siempre. Me encuentro cómodo dirigiendo, por supuesto, pero insisto en que cuando más he abarcado ha sido cuando me he dado cuenta de de dónde puedo sacar resultados más notables. Así fue como decidí aparcar mis estudios como pianista para dedicarme a la dirección. Creo que es ahí a día de hoy, en la dirección, donde más a gusto me encuentro. También es cierto que ahora empiezo a entender la dirección de una manera diferente, mucho más práctica, más pragmática, no como una finalidad de lucimiento personal, sino como un vehículo para moldear algo, donde lo importante no soy yo. Lo importante es ese “algo” que se crea y a lo que se le da forma entre todos… y no ver a un señor vestido de negro moviendo las manos y haciendo gestos. Creo que es muy triste cuando entiendes que la dirección es una finalidad, porque entonces eres una marioneta narcisista, un bailarín… no eres un músico.
– ¿Sabes la importancia de lo que acabas de decir?
– Es que yo lo veo así. Hay que entenderlo: el mundo de la dirección ha cambiado mucho, Elena. Hay un libro que recomiendo a todo el mundo que lea, Quién mató a la música clásica, de Norman Lebrecht, es muy interesante. Hace ya años que las cosas empezaron a cambiar y ya no estamos ante ese mundo musical que hemos conocido. Las cosas dejan de funcionar como funcionaban en los años 80 o 90, por ejemplo, pero a día de hoy, lo curioso es que el chico o chica que entra en un conservatorio a aprender piano, sueña con ser Rubinstein o Barenboim, y el que quiere ser director quiere ser Karajan o Bernstein, pero esos modelos ya no tienen sentido. El director sigue siendo esa pieza clave de algo, pero es sobre todo la persona a la que le toca llevar las riendas, no es una finalidad en sí mismo como artista. Lo importante no es el restaurador que restaura “Las Meninas" de Velázquez, lo importante son “Las Meninas", que han estado ahí desde que Velázquez las pintó. Lo más importante es siempre la humildad y después el amor o enamoramiento que sientas por esa obra a la que te vas a enfrentar.
Si tú abres la Pasión de Bach y te pones delante del coro, tú no importas… ¡importa Bach!. Lo importante no es el protagonista del mito de la caverna del que hablábamos, asomado a la ventana, él no es nada: lo importante es la verdad que transmite, la pureza de ese mensaje.
No puedo entender la dirección como una cosa narcisista, un baile o una finalidad. Hay una serie de gestos que ayudan al intérprete que tienes delante, pero, siempre lo digo: lo fundamental son los ensayos. El concierto es un “pasen y vean: ahora son ellos quienes están cantando o tocando, yo ya he hecho lo que tenía que hacer”. La “dirección” acaba el día que acaba el último ensayo. Lo otro es un mero trámite. Digamos que eres la prolongación del coro, pero no eres el punto central de nada. El punto central es lo que el coro está cantando. Y si no lo entiendes así, vas mal.
– ¿Qué música escuchas cuando no es por trabajo? ¿Cuál es, por ejemplo, la música que llevas en el coche?
– En el coche cada vez escucho menos música, porque me absorbe mucho, me distrae. Cuando estoy en casa ya descansando, por ejemplo, si escucho algo de música lo hago más de manera ambiental, oigo música que cerebralmente no me absorba mucho, porque si a las 12 de la noche me pusiera, por ejemplo, el Concierto nº 3 para piano de Prokofiev, que me encanta, ¡no dormiría en toda la noche!.
Escucho también música antigua, algo que me calme un poco el alma tras la vorágine del día, pero a veces también, para que me acompañe, escucho lo que tengo entre manos, aquellas músicas con las que estoy trabajando actualmente. Eso sí, no me gusta nada estudiar con versiones, porque si haces eso terminas convirtiéndote en la “copia de”. Tú asómate a la obra, déjate seducir por ella y usa todos tus conocimientos, pero lee la partitura.
– ¿Cómo es Miguel Ángel García Cañamero cuando no es músico, si es que puedes colgar tu traje de músico en algún momento, si es que quieres hacerlo?
– Es una cosa que me ha sorprendido, porque a medida que va pasando el tiempo, cada vez me va gustando más colgar ese traje de músico. Es como un placer extraño, la sensación de decir “tengo otra vida”. Valoras aspectos de esa vida que quizás por la vorágine del día a día no te da tiempo de apreciar. ¿Cómo soy? Muy normal, una persona muy de estar en casa. No necesito deportes de alto riesgo ni nada parecido; me gusta eso: estar en casa, volver a ver a mis padres y buscar tranquilidad, a veces incluso no hacer nada, algo que creo estamos perdiendo, aunque no me puedo permitir hacer grandes desconexiones. Los ritmos de hoy en día son excesivos, a veces no nos damos cuenta pero arrastramos un sobre-excitamiento impresionante en todo lo que hacemos: exceso de volumen, de ruido, de excitación visual, de información… Siempre intento reservarme unos minutos del día para no oír nada: es algo maravilloso que casi no existe ya. Un porcentaje importante de la población tiene acúfenos y no lo sabe. Nuestro oído no está preparado para el ruido constante. Por eso me gusta buscar el silencio. Me gusta mucho leer también. Procuro ser lo más normal posible, en definitiva.
– ¿Podrías decir quiénes son las personas que más han influido en tu vida, tanto en la faceta personal como en la profesional?
– Ante una pregunta así, se esperaría una respuesta del tipo de “mi maestro cuando estudié aquí o allá”, y en cierta medida, es así. Pero creo que dentro de mi llevo un poco de todas las persona que se han querido asomar a mi vida y enseñarme algo. Ha habido cosas de un director que me han gustado, de este o aquel músico, cosas que he pensado que eran buenas y las he acabado incorporando en mi bagaje, pero nunca como copia, sino con la intención de capturar esa esencia e incorporarla a tu vida, tamizándola a través de tu emoción y tu conocimiento. Hay muchísima gente que forma parte de lo que soy. En lo personal, cuando era niño y estaba en el colegio, aquel profesor escolapio del que ya te he hablado que me inició en la música, fue para mi un referente como persona. Era un gran músico, un músico natural, y aparte fue para mi un modelo de persona, de virtud, en cuanto a tener muy claro que tienes que ser sobre todo una buena persona en la vida y que tienes que ser honesto para ser buen músico.
– Tienes que ser honesto para todo en la vida, ¿no?
– Sí, pero en esta profesión especialmente tienes que ser muy legal: con la partitura, con la gente. No puedes ser un tirano. Tienes delante a un montón de profesionales que te están haciendo un grandísimo regalo: su conocimiento, su tiempo, su voz, sus esfuerzos… y eso es algo que tienes que aprender a usar desde la humildad.
Musicalmente también han supuesto una fuerte y lógica influencia mi maestro en dirección de orquesta en la universidad de Viena, Uros Lajovic, también Ervin Ortner, director del Coro Schoenberg, que me aportó mucho.
Pero te voy a contar algo curioso que me pasó. Cuando decido que no puedo simplemente ir un año a Hungría, sino que me tengo que quedar allí, fue como tener la sensación de que se hubiera apagado la luz. Aquello ya no era un Erasmus, ya no era una fiesta.
Al departamento de coro de la Universidad Franz Listz de vez en cuanto traían a diferentes profesionales a hacer cursos, y tuve la gran suerte de trabajar en el coro de la academia durante unos 10 días con Simon Carrington, uno de los miembros fundadores de los King Singers. Este hombre estará por ahí por el mundo ahora, en alguna parte, tan tranquilo, y seguramente no imaginará la huella tan grande que dejó en el que ahora es el director del Coro Nacional de España. Yo no era nadie entonces, era un estudiante extranjero de la Academia Liszt que entonces cantaba en el coro como barítono (era lo que hacía falta) y él llegó con una actitud extrovertida y una jovialidad que nos sorprendió. Nunca me olvidaré del programa que trabajamos: la primera parte era la Misa a 4 voces de William Byrd y en la segunda, hicimos música de los siglos XIX y XX, la Cantata Rejoice in the Lamb de Britten, entre otras cosas. Fue como si algo me explotara entre las manos, pensé que aquello tenía que ser mi vida. Y eso que él no era director, sino cantante. Lo primero que encontré fue a una persona humana que se acercaba al coro en actitud de decir: “A ver qué hacemos con esto, porque es precioso”. Era un mago. Era un cantante excepcional y tenía infinitas herramientas para, casi como un juego y entre bromas, cambiar el color del coro. Él quería ir a un sitio determinado y decía: “No hagáis esto, haced esto otro, cantad de esta manera” y de repente todo cambiaba. Te sentías como una marioneta en manos de un ventrílocuo. Me impactó mucho de él que cuando el curso llegó a su fin, dijo: “Mi trabajo ya está, ahora vamos a pasarlo bien”. Esa es mi filosofía siempre también.
El día del concierto amaneció un día gris, muy lánguido, muy propio del otoño húngaro. Cantábamos en la catedral, en lo alto del Bastión de los Pescadores. Cuando comenzamos con la Misa de Byrd, algo prendió en el coro. La emoción iba cada vez a más y yo me decía “¡Dios mío! ¿Qué es esto?”. Cantamos el Kyrie, el Gloria, el Credo, apenas sin darme cuenta; estaba absolutamente absorto en lo que estaba viviendo. Pero cuando llegamos al Agnus Dei miré a Carrington y me di cuenta de que estaba llorando. En su cara lo único que veía era una cosa: “Gracias”. Todavía me impresiona mucho pensar en aquello porque era uno de los King Singers, alguien que ha dado la vuelta al mundo y que después de dejar el grupo decide trabajar con gente joven. Aquella persona era un hombre puro, cristalino, transparente. Estábamos aún en la primera parte del concierto, pero miré a mis compañeros y estaban todos compungidos, casi llorando. Acabamos esa primera parte y es como si hubiera sido el final del concierto: hubo una reacción espontánea de todo el coro acercándose a él a felicitarle. Él fue dándonos las gracias a todos, uno a uno, y eso que aún quedaba medio concierto por delante. Me impresionó mucho trabajar con él esos días. Hablé con él cinco minutos y se marchó. No he vuelto a verle en mi vida. Era una persona exquisita, muy elegante en todo. Creo que por aquel entonces era catedrático de dirección coral de la Universidad de Kansas, no sé si lo seguirá siendo, pero sé que amaba lo que hacía y eso me marcó mucho. A día de hoy no podría decirte cómo dirigía, no recuerdo su gestualidad, pero recuerdo el poder que tenía para cambiar las cosas. Es la idea de tener delante a una persona que no dirigía, que era sencillamente un mago y sacaba conejos de chisteras. Eso para mi era y es dirigir: manejar las emociones de la gente para conseguir un resultado.
– ¿Y no te ha picado nunca la curiosidad de querer localizarlo?
– No, quedará para siempre como un sueño en mi vida. Una experiencia única que ya viví y de la que aprendí mucho. Luego ya más tarde, en la Universidad de Viena, también tuve la oportunidad de conocer y ver trabajar a grandísimos directores de orquesta como Mariss Janson, Seijii Ozawa, escuchar sus consejos. Pero nada como aquella experiencia con Carrington.
– ¿Cómo defines tu forma de trabajar? ¿Hay alguna idea o pensamiento que esté presente siempre en tu trabajo?
– Mi forma de trabajar consiste en crear un marco donde la persona que está frente a mi se sienta cómoda. Es cierto que hay fricciones a veces, ya trabajando a un nivel profesional, pero tienes que saber controlar eso, porque a las malas nunca vas a conseguir nada. Ese marco tiene que ser atractivo. Siempre digo una frase, “la música es más inteligente que nosotros”. No hay que inventarse cosas: todo está ya escrito. Mi profesor en Viena nos decía, por ejemplo: “Esta semana vamos a trabajar la Sinfonía nº 40 de Mozart”, y subíamos al podio y era como si dijéramos: “Ahora es cuando vais a saber lo que es bueno, porque ahora voy a dirigir yo”. Alguno se crecía un poco y el profesor siempre se acercaba y le decía: “¿Cuántas veces has dirigido la Sinfonía nº 40 de Mozart?” “Pues ahora”, y entonces él señalaba a algún atril del final de la orquesta y le preguntaba cuántas veces la había tocado y él siempre decía: “¡Bah, ni se sabe!”. Y es que a veces somos tan inocentemente necios… Nunca trates a las personas que tienes enfrente como si no supieran nada. Ese marco que creas tiene que ser cómodo para el músico, para el cantante: habla de música, que es a lo que vamos. Yo creo que de eso depende ser un buen director: buscar las herramientas con las que el grupo vaya a conseguir un buen resultado, no hay más misterio. Ahora, también es verdad que siempre tienes que tener un plan premeditado para que todo salga. Es un poco patoso prever errores: puedes ver que algo puede ir mal pero a veces donde esperabas un error resulta que no se produce, pero si ya vas diciendo “cuidado, que esto siempre sale mal”, pues entonces saldrá mal seguro.
También hay que saber dar las gracias, saber decir cuando las cosas van bien, porque siempre nos ganamos la fama de gruñones, pero también hay que saber decir “¡Bravo, chicos, enhorabuena!”. Después de esto, sólo queda hacer la carrera de Psicología…
– Un director ha de ser un poco psicólogo también.
– Bueno, tienes que tener mucha mano izquierda, sobre todo en el mundo coral. He trabajado mucho con orquesta pero hay un poco más de frialdad en la conexión, y esto no lo digo de modo peyorativo. Hay algo que se interpone en la relación personal, que es el instrumento, pero en el caso del cantante, el instrumento es él. Siempre lo digo: si al violinista le duele la cabeza, se va a sentir mal y le afecta, claro, pero en el coro se nota mucho más cuando uno ha tenido un mal día. Es fácil caer en la tentación, y me incluyo, de insistir en algo si no sale bien; pues quizás hay que dejarlo y ya saldrá mañana: ese cantante hoy a lo mejor ha tenido un mal día. Esto es algo que voy incorporando a mi vida: perder miedos, no querer que todo salga siempre. Hay que confiar mucho en la gente, sobre todo cuando trabajas con profesionales: si la cosa va medianamente bien, irá bien, no busques siempre el resultado 10 a la primera.
A veces, cuando alguien me pregunta qué tiene la música de especial para mi, dan ganas de decir: la música es como un pozo de agua clara: un cristal, transparente donde se ven las almas. Me apasiona el arte. Creo que si no me hubiera dedicado a la música ahora mismo sería restaurador de un museo o algo así, pero creo que de todas las expresiones artísticas del ser humano, pintura, literatura, escultura, etc., emocionalmente la música es la que más arrastra, tiene un grado de conexión neuronal muy veloz, una capacidad para llevarte en un segundo a emociones muy profundas, porque son pulsiones de tu propia emoción.
Hace un par de días estábamos ensayando. Cuando uno ensaya, se remanga, le cae el aceite de las bujías y hay que tocar resortes varios, pero a veces las cosas simplemente marchan, y estábamos llegando al final ya de la Pasión. Justo antes del último número, Bach escribe para los cuatro solistas acompañados por el coro II: canta el bajo, responde el coro II, canta la alto, responde el coro II, etc… y lo que el coro va diciendo siempre es “Mein Jesu, mein Jesu, gute Nacht” (“Jesús, mi Jesús, buenas noches”). Es como si el coro estuviera velando ya el cuerpo. Acaban ese diálogo entre los solistas y comienza el último número – aquí, canta él, entrecerrando los ojos, mientras yo noto, una vez más, cómo la emoción se apodera de mi durante esta conversación–. En ese momento noté como si alguien estuviera estirando de mi alma, como si toda mi vida me pasara por delante en unos segundos. Se te hace un nudo en la garganta, pero tienes que hacer el esfuerzo de dirigir todavía, mientras nota que el coro sigue tirando de ti. Terminó el ensayo y dije, como siempre: “bueno, gracias a todos, nos vemos mañana”. Y noté incomodidad en algunas personas: era como si después de aquella música tan impresionante, a todo nos costase bajar de aquel momento de magia y volver a la realidad. Ahí es cuando notas que estás frente a artistas. Un cantante se acercó a mi y me dijo: “a mi también me cuesta”. Y era verdad, cuesta a veces mantener la emoción. Muchas veces dirigiendo es muy difícil escapar a esa seducción tan fuerte que tiene la música, eso que parezca que te dice: “ven, coge mi mano, te llevo: ahora vas a sufrir, ahora vas a disfrutar…” y cada uno lo tamiza a través de sus emociones, sus vivencias personales.
Llegar a ese número final de la Pasión es como despojarte de todo y decir “ya está, es el final de un viaje”, pero me llamó la atención que se me notara. Ese cantante me quería decir eso: “se te están saltando las lágrimas, pero no pasa nada, a mi también me pasa”. Y no importa cuántas veces lo dirijas, cada vez que llega, te derrumbas. Y se ve que me estoy haciendo mayor, porque cada ve me pasa con mayor intensidad.
– Cómo entiendes una buena técnica vocal?
– Muy fácil: con naturalidad. Hay algo que me gustaría que calara en los coros amateur: una cosa es el mundo lírico, de la ópera, que tiene una técnica especial para ese tipo de canto, porque corresponde a un momento puntual de la historia de la música. Pero la voz hablada y la cantada son la misma: la cantada es más rica en armónicos y proyección, pero la técnica es de lo más sencillo: todo parte de una postura relajada del cuerpo y de una relajación natural de todos los elementos que forman parte de la emisión de la voz. ¿Cómo es la técnica de un corredor? ¿Corre de una forma diferente de cuando va andando por la calle? No, lo hace igual, pero más rápido: los brazos los mueve a la inversa que las piernas, pone primero una pierna y luego otra delante; pues lo mismo que haces tú cuando hablas, sólo que reconduces la voz por otros sitios. Estoy muy acostumbrado a que me pregunten: “¿Cómo respiro?”. Es sencillo: como cuando no lo piensas. Una buena técnica es la que se basa en una respiración natural con el diafragma, eso también lo aprendí con Carrington. Para conseguir un color coral, de cuerda, donde no tiene que haber individualidades, ninguno tiene que destacar, se nota mucho cuando la forma de cantar es natural.
– ¿Cuáles son tus proyectos a corto y medio plazo? ¿Y tus sueños, tus ilusiones?
– Pues como te decía antes, creo que me estoy haciendo mayor, y eso me gusta. Cuando hablo de proyectos, y eso me pasa desde hace unos años, me he dado cuenta que mi mayor proyecto, mi ilusión, es sencillamente tratar de ser feliz, y hacerlo con la música es algo que me encanta, pero no me planteo nada ni a corto ni a medio plazo. Con los proyectos que me brinda el CNE en este momento voy más que servido y estoy muy satisfecho. Formar parte de la OCNE y del Auditorio Nacional es algo trepidante: siempre tienes proyectos y siempre estás planeando los siguientes.
Otros proyectos más personales, el Laberinto, tareas de investigación o lo que estoy haciendo ahora mismo con vosotros, por ejemplo, son momentos de remanso. Ahí estoy abierto a plantearme ciertas cosas, pero hoy en día lo que más me atrae es buscar una cierta estabilidad personal, no vivir en una especie de ritmo de trabajo continuo. No quiero estar pensando siempre en lo que va a pasar el día de mañana, sino tratar de encajar en un ritmo de vida más tranquilo, buscar lo que todos queremos, al fin y al cabo, que es ser felices.
– ¿Echarás raíces en España o seguirás recorriendo mundo?
– Cuando ves tu vida muy de cerca, cuando estás permanentemente encima de ella, no tienes visión genérica de la realidad y parece que tienes que estar en tensión constante, asustado por todo, haciendo planes por si algo deja de funcionar y se avecinan cambios. Pero si echo un poco la vista hacia atrás, al menos en mi caso, soy consciente de que ya pasé una larga temporada fuera de mi casa, de mi país. Ahora estoy cómodo aquí, valoro mucho estar cerca de los míos, estoy bien como estoy. Si llega un día en el que no estoy a gusto, o simplemente acaba mi tiempo aquí, entonces tendré que marchar, pero de momento estoy contento.
– ¿Qué supone en tu vida Barajas de Melo?
– Muy sencillo –dice, mientras se le dibuja una sonrisa, la sonrisa de lo querido, de lo entrañable– es una madriguera. Una madriguera que me encanta. Es el pueblecito de mis padres, un pueblecito de La Alcarria que no es ni lo mejor ni lo peor, ni lo más bello ni lo más feo, pero es el pueblo de mis padres, el sitio donde pasé todos los veranos de mi infancia, y eso marca mucho. Es curioso, pero al final la tierra tira. Voy siempre que puedo, y ahí me aíslo de todo. A apenas 80 kilómetros de Madrid, no hay wifi en casa, no hay internet, no hay nada, y entonces lo único que puedes hacer es abrir la ventana y respirar, mirar el cielo y ya está. Mis padres cada vez pasan más tiempo allí, y eso me supone también la comodidad de poder verles más que cuando pasan los inviernos en Valencia. Es como mi “batcueva”, el sitio donde Miguel Angel se quita el traje de músico y dice “voy a leer un libro, a dar un paseo por el campo, a escuchar cómo cantan los pájaros”. Desgraciadamente no puedo ir todo lo que me gustaría, pero dentro de mis planes está que algún día esto forme parte de mi vida. Es como un pequeño premio que puedo tener de vez en cuando, pero me gustaría que esa manera de “desconectar”, formara parte de mi vida cotidiana.
– Y como siempre, lo último es lo más concreto: nuestro curso en Cantate Mundi. Háblame de la experiencia. Lo que esperabas encontrar, lo que has encontrado, cómo lo estás viviendo o lo has vivido, qué te llevas, si hemos sido capaces de darte algo que merezca la pena, porque nosotros nos llevamos mucho de ti, te lo garantizo.
– No me esperaba nada a priori, entre otras cosa porque ya he tenido estas experiencias antes y siempre son satisfactorias. Esperaba justamente lo que he encontrado: un grupo de gente con una ilusión tremenda, con unas ganas bestiales que son contagiosas, un lujo de sensación. Cantate lo he vivido como un encuentro con amigos, es verdad que he visto caras nuevas que no conocía o que conocía por otros proyectos, pero ha sido un reencuentro con aquel grupo de gente encantadora que forma ya parte de mi vida.
Me llevo el cariño, que es mutuo, el trabajo, que ha sido muy bueno, porque como ya os he dicho, en estos proyectos lo que hay que valorar es el esfuerzo, la ilusión, los argumentos o herramientas que uno se lleva a su casa para poder seguir aplicándolos a su vida coral, porque la finalidad artística de hacer un concierto casi es un pretexto para reunirnos. Es una sensación muy agradable volver a formar parte de un proyecto así, ojalá pueda volver a hacerlo.
– ¿Te gustaría haber abordado en este proyecto algún aspecto que no hemos tocado, haber ampliado más o haber tenido más tiempo para trabajar algún aspecto concreto?
– Siempre hay cosas que se quedan en el tintero, pero aun así, creo que hemos hecho un buen trabajo, muy completo además, con este proyecto en Cantate. Para empezar hemos tenido como "vehículo" una gran obra como es la Misa en Re Mayor de Dvorak, que nos ha servido para trabajar aspectos musicales, de interpretación, de técnica vocal… Precisamente he querido entretenerme especialmente en el tema vocalizaciones siempre antes de comenzar cada encuentro, porque pienso que cuando uno forma parte de este tipo de proyectos, viene muy bien "asentar", volver repasar juntos ciertos aspectos básicos: meditar sobre la respiración, sobre la emisión, qué hago para que esta o aquella vocal no me suene abierta, qué hago para que el agudo no me suene apretado,...en definitiva: facilitarles consejos, trucos que sean herramientas que después cada coralista se lleve consigo para aplicarlos en su vida coral...
– ¿Algún consejo para los participantes en el proyecto y también para los seguidores de Cantate Mundi?
– ¡Que disfruten de la música! Que la vivan con ilusión, con emoción… Que se sientan afortunados de ser "intérpretes" de ese proceso casi mágico que es revivir una obra musical, re-crearla, volver a darle vida cada vez que se interpreta de nuevo. Es algo muy especial. Y que tengan siempre espíritu crítico.
– Es el momento de que añadas cualquier cosa que te apetezca y que quizás no haya surgido a lo largo de esta conversación.
– Simplemente quisiera acabar dando las gracias a tod@s los que han formado parte como coralistas en este proyecto, y también a tod@s los que lo han hecho posible. He descubierto en Cantate un grupo de gente encantadora a la que le mueve el sano y bello impulso de cantar...de cantar juntos para hacer algo tan hermoso y sincero como es la música… ¡Ojalá esto no cambie! Por mi parte ha sido un placer y espero que nos veamos pronto en otra ocasión.
Tras el atril
Tras el atril, en esta ocasión, no hay "tomas falsas". Detrás del atril me encuentro solamente yo, asomada desde allí, observando, disfrutando de cada segundo de la conversación, todavía un poco sobrecogida por algunos momentos verdaderamente emotivos vividos en ella y que me llevaron a las lágrimas sin poder contenerme. Detrás del atril, ahí se quedarán, dejo las palabras que, a modo de introducción a la entrevista, había escrito unos días antes. Mi idea eran unas breves líneas, pero se me dispararon los y las palabras y comencé a escribir algo que de pronto me pareció intrascendente para otras personas pero especial para mi, para mi relación con Miguel Ángel, un recorrido por estos últimos años desde que en 2011 apareció en uno de nuestros ensayos. Si escribir sobre emociones no me cuesta demasiado, he de decir que leerlas fue bastante más complicado, pero no quise renunciar a ello, así que procedí a leerle esa pequeña historia de lo que Miguel Angel ha supuesto en mi vida musical, de lo que este curso está suponiendo en mi vida musical y también personal. Terminaba diciéndole que este curso lo iba a recordar durante mucho tiempo. “Recordar” en su auténtico sentido etimológico: re-cordare, volver a traer al corazón. Por muchas veces.
- ¡Qué bonito! Me has alegrado el día–, me dijo.
Si tú supieras, querido amigo, cómo quedó mi día y la de reflexiones que me llevé a casa tras nuestra conversación... Espero que algunas de ellas os acompañen, a vosotros lectores, como a mi lo hicieron y lo siguen haciendo.
Madrid, 25 de enero de 2018.
Elena González Correcher ®